Está triste Venecia: claro, ha perdido más de la mitad de población, la vida es más cara de la cuenta, de lo que debería; y los vecinos se quejan de la brutal invasión que sufren y que ha alterado su vida, hasta el extremo que declaran que ese fue el motivo de que más de la mitad de su censo de residentes se marchara, y lo que provoca su escepticismo respecto a los planes de recuperarlos, al menos en parte. Pero aun hay más, la queja es que buena parte de los veintitantos millones de visitantes anuales llegan en algún medio de transporte, hacen las consabidas fotos para decir que allí han estado, y se marchan por la tarde con viento no muy fresco -eso pensaría el sudoroso von Aschenbach (1)-, y prácticamente sin haber aliviado la bolsa. Eso sí, la dejan -a Venecia- en un estado...