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27 febrero, 2016



CUDILLERO EN LA MEMORIA y 2



Publicado en EL BALUARTE (Asociación de Amigos de Cudillero)

...Acabado el parvulario, y no sin cierta aprehensión de mi ma, me mandaron a la Escuela de la Rula, pomposamente denominada de ‘Orientación náutico pesquera’, y… aquello era la Isla del tesoro, el Capitán Trueno o el Oeste americano, todo en uno. Era el auténtico país de nunca jamás: aquellos guajes hacían honor a la leyenda de descendientes de vikingos…
Alejado ya de la puerta de casa, se abría como un mundo fabuloso, en una geografía casi inabarcable para mis siete u ocho años: en un altillo de la propia escuela -ya beneficiado aquel queso, amarillo oxidado, empaquetado en botes cilíndricos de lata- yacían, como un relicto de la ayuda yankee, unos bidones de cartón anillado, casi llenos aún de leche en polvo, ya semicristalizada por la humedad y que, no muy apreciada, utilizábamos como los más fantásticos proyectiles –cuyos impactos se deshacían en una nube de polvo blanco- que, líbrenos Dios, si al azar alcanzaban a “Colorín”, el rulero, a Cruz “La Carmencha” o a Esther “La Franxona”, pues, acabarían poco menos que en un conflicto de orden público. Es curioso, en aquella España, cuando las invernadas de ir a la tienda de fiao, aquellos rapacinos –no sabría muy bien por qué-, nos subíamos a pesarnos, continuamente, en aquellas básculas de pantalla circular que, a modo de custodios, flanqueaban la arcada de acceso a la sala de subastas de la rula. Entonces ignoraba que la pugna por instalarlas –para sustituir el pesaje de la pesca en las propias de las fábricas- pudiese haber costado tan caro, en los turbulentos años republicanos que siguieron a su aparición. La explanada de la Rula, entonces –antes del calentamiento global y de la sobreexplotación- rebosaba de fabulosas cantidades de merluza del pincho, de palometa, de besugo o de congrios enormes y desventrados, amontonados directamente en el suelo. Podía ocurrir que, en medio de la letanía de “Colorín”, por entre las pescaderas, aparecieran los ladridos del Bobby, perseguido por Manolito y el resto de la tropa detrás. Vivíamos, desaforados y ávidos, las aventuras de Robinson Crusoe o del pirata Morgan –¿no decían que Cudillero fue un nido de piratas?-: el casco viejo del “San Pedro” -varado a la vuelta de la caseta del cable de sebordar, que tan providencialmente manejaba José Antonio-, fue un bajel donde surqué los siete mares con Vitorino, Antonio, Ía, Dimitrín, Jesús Cándido, Quilinín, y yo qué sé, la compaña entera y… aun más. Liquidamos a más de la mitad de los piratas del Caribe, y Dimitrín debió de acabar hasta con… Mobby Dick. A nosotros nos iban a contar cuentos de la Tele, por aquel entonces. Las correrías, por la escollera, llegaban, incluso, más allá de la playa de Barera, dónde comenzaba un peligroso y rico mundo, el del sarreu, habitado por andaricas, pulpos o quisquillas. Otros días nos llevaban por el imposible campo de futbol del “Güerto de las Ánimas”, en el canto de la rasa, que luego esflechó tapando la salida del túnel de la playa, donde aprendíamos a nadar –en el hoy cegado pozo de “La Caldera”, o entre “El Caballo”, “La Redonda” y “La Peñona”- con una hilera de boyas de corcho ensartadas en un cordel, tratando de nadar -misión imposible- con una menos cada día. Aquellos partidos de futbol podían a llegar a ser demasiado conflictivos: si un gol o un córner acababan con la pelota en la playa, cien metros casi verticales, más abajo –entonces, a Cimadevilla-. “El Cantu” y “La Garita” eran el escenario ideal para alcanzar el faro de descubierta, por donde nos tentaba el camino imposible de La Conchiquina, tentando la bajada por la cara este de la Punta Rebollera,  La más alta ocasión que vieron aquellos tiempos se produjo cuando, en el cine de las cinco, vimos a “Jeromín” (mucho antes de la ocasión de Lepanto) reñir descomunal batalla naval, sobre botes o una especie de almadías que semejaban bajeles y… claro, los botes de remo de la Concha eran una tentación demasiado grande: las embestidas y los abordajes fueron, realmente, heroicos. Lo que no quitó para que, luego, más de una madre nos sometiera a fuego graneado… y así nos fuimos haciendo mayores. De repente, el paseo del muelle en verano, o la playa, se poblaron de mocinas…
Llegaban los sesenta y, entonces, se produjo algo más que un relevo generacional. Esta vez, en la España en blanco y negro, secuela de la guerra incivil, los acontecimientos superarían lo habitual. Nos olvidamos de la Piquer y de la copla e inauguramos los sesenta al son de Karina y Mike Ríos, o de aquel twist que berreaban The Beatles. Estrenamos pantalones de campana, pelos largos y toda la parafernalia guatequil; la que ahora -medio siglo después- recuperan en las teles. Pero lo que ese ‘blanco y negro’ no es capaz de devolvernos, es aquella emoción de vivir algo nuevo, de rebeldía, de tener la sensación de estar haciendo historia. Y, aunque sí fue una forma distinta, o más profunda, de cambio: tampoco inventamos la rueda, como bien nos hacen recordar los que ahora mismo, de nuevo, tratan de inventarla.
Recién llegados, en plena soberbia juvenil, nos sentíamos ajenos a la cronología, estábamos inaugurando el mundo. Qué antiguo ¿verdad? Bueno, ya lo descubrirán…
Aquel Cudillero, fue cogiendo color: las casas –leyenda urbana, o no- empezaron a exhibir una paleta no muy diferente de las lanchas, y se construyeron nuevas en La Plaza o detrás del lavadero, donde aquella huerta de Rovés, en cuyo portón de hierro amorábamos los guajes, tratando de vislumbrar lo que a todas luces imaginábamos como un jardín romántico y misterioso, aun sin saber nada del romanticismo. Justo por encima, en ‘Las Rozas’, se practicaba una curiosa costumbre: ir a tomar el sol, de tertulia, nada más comer. Claro, no había tele…
Que llegó justo con el Bar Nuevo: en pleno inicio de la cuesta, en el lugar del antiguo parque -en el que nos hacían fotos en bombachos, antes del año cincuenta-, y de ‘la obra’ que, sin saberlo bien nosotros, iba a traer la modernidad: oficinas de la Cofradía, escuela, consultorio médico y aquel bar que. además de la tele -especialmente el “Sábado noche”, “Estudio 1” y los Musicales, o “Cesta y puntos”-, nos descubrió las tragaperras, los cubalibres, las mesas de terraza ¡en la rotonda y al aire libre! Ahora creo que es territorio de nictálopes o algo parecido.
Pero la memoria de aquel tiempo, siempre vuelve al momento luminoso de la llegada del verano: se acababa el curso y llegaban los veraneantes, esa especie tan distinta de los turistas; regresaban de Madrid o de Oviedo; volvían todos años, y sus aires de ciudad nos traían noticia de otro mundo posible. Entones, algo indefinible comenzaba a flotar en el ambiente y… no dejaría de crecer hasta la víspera, a más de media tarde: En ese momento, Cudillero entraba “en trance”. De pronto, toda la tensión acumulada durante días enteros, toda la energía, estallaba y la villa entera era una locura de fiesta: San Pedro, que –claro- no trataré de contar. Los “pixuetos” sabemos que eso -sólo-se vive.
Hoy, tantos años después de aquellos días de 'esplendor en la hierba', cuando recuerdo, me siguen acompañando emociones que ya nunca me abandonarán: en los instantes antes de empezar “L´Amuravela”; en las danzas a medianoche, en las que chicos y grandes, solteros y casados, homes y muyeres –juntos y revueltos- cantábamos las viejas estrofas de nuestros ancestros. Sabíamos, perfectamente, que allí y así mismo, lo habían hecho nuestros antepasados durante siglos. Aquel era un ‘cabo’ espiritual que nos unía a generaciones y generaciones de “pixuetos”.
Después del día de “San Pablín”, cuando una laxa melancolía aplanaba a todo el pueblo, unas cuarenta motoras, tras gran barahúnda de pertrechos y despedidas, salían para bonito y… entonces tardábamos casi una semana en recobrarnos.
Ahora, cuando ya falta menos para contemplar cómo pasa la vida en Cudillero, “sentao” en la solana, a la vera de la “Fuenti’l Cantu”; viendo cómo ese 'Mundo del ayer' se fue y no volveremos más; al retorno de la diáspora que emprendimos en los setenta, me apena, o algo peor, ver que además del tiempo y la mitad de sus gentes, falta algo de lo que hacía especial aquel Cudillero. Seguramente, se lo quedaron aquellas generaciones, que ya se fueron…

25 febrero, 2016



CUDILLERO EN LA MEMORIA... /1

                                                      

(Publicado en el Nº 6 de la Revista Anuario EL BALUARTE 
de la Asociación de Amigos de Cudillero)

            Cudillero –lugar al que siempre se vuelve- tiene una relación especial con la memoria…
            Quizá, eso explique la evocación inmediata en la distancia o en los encuentros: “Acuérdaste de…”.
            Debe de tratarse de una impregnación o una vibración un ta­nto peculiar.  Cierto, que el paisaje y el paisanaje ayudan, o más bien ayudaban… Quiero decir, que va menguante: la modernidad, el exceso, el turismo atropellado y algo de descuido, han convertido a mi pueblo en otra cosa. Quizá sea rumia de viejo, pero buena parte de su más genuino encanto ha desaparecido. Y no lo digo por fastidiar o como crítica negativa, lo digo, por si se llega a tiempo, todavía, a preservar algo de aquel Cudillero tan diferente… Tampoco es nada original lo ocurrido: son tantos los lugares más pintorescos u originales de España, arrasados por la industria turística y la codicia mal contenida… Pero los últimos veinte años nos lo han dejado medio irreconocible.
            Mi memoria alcanza, aún, a mediados del pasado siglo. Entonces, mi pueblo doblaba la población y la actividad de hoy. En un país más pobre, la vida bullía en aquel  Cudillero. Todavía hoy, perdido entre el monte y las dehesas de El Escorial, puedo evocarlo: En el otoño, a menudo, cuando el paseo me ha llevado por uno de los más soberbios parajes serranos, de pronto -en plena ensoñación-, me sale al paso la Casita del Príncipe, donde un viejo rótulo reza: “Glorieta de Juan Selgas”. Y, entonces, claro, la imaginación salta por sobre el Guadarrama en un vuelo a través del tiempo y el espacio: … bajando, de camín, se me representa la “Cuesta Cunchina” –hasta hacía nada “de Guaítos-. Era, para mis cinco años, una cuesta imponente; subirla en bicicleta: un Tourmalet, o así. Un desafío para todos los guajes, como un doctorado ciclista. Claro que, en aquel Cudillero, prácticamente no había bicicletas. No me resisto a contarlo: los Reyes del 53, me trajeron una bicicleta. ¡Buena hubo! No sé cuántas ‘per cápita’ repartiríamos aquel año, pero la disputa por a quién le tocaba cada vuelta, acababa con una descalabradura; con lo que la jefa –mi ma- decidió venderla al otro día. Es literal. De manera, que hubo que volver a jugar al lirio, a la potra o a las chapas en El Palación.

            Así, al cumplir los cinco años, me mandaron a la escuela de Calixta –no estoy muy seguro si, en realidad, sería Calistra-, que era lo que hoy llamarían una escuela de proximidad, o  sea, que estaba a la vuelta de mi casa. No me resisto a evocarla: entre el  almacén y la bodega de aquellos vinateros castellanos, los Leal. En mitad de la curva, tras franquear un portal de azulejo, se subía un piso de escalera -húmeda, como la mayoría de las del pueblo, por aquella época-, casi por encima del río de la Mimosa y, nada más girar, a la izquierda, se entraba en el ‘aula’; bueno, en la escuela de Calixta: un coqueto salón de una señorita solterona y severa, pero que siempre recordaré con cariño. Se daba bastante arte para meternos las primeras letras (Teniendo en cuenta que, por la época, los arrapiezos de Cudillero estaban bastante asilvestrados). Había una gran mesa central de madera, alrededor de la cual situaba a los alumnos –por el momento- más aplicados; pero si habías sido más trasto: al banquín o, como mucho, a unos pupitres, casi mirando a la pared, de aquellos de tapa inclinada y tintero de porcelana. Quiero recordar algo parecido a un encerado, haciendo esquina con… ¡El piano! Nada menos que un piano, donde ‘la maestra’, en ocasiones especiales interpretaba una música que nos parecía, literalmente de otro mundo. Seguro que fue la primera vez que pude escuchar el ‘Para Elisa’.  Así era mi escuela de párvulos, y cada vuelta a Cudillero, por un momento, regresa a mi memoria, con la extraña  claridad de los primero recuerdos. Al llegar a mi casa -en frente, todavía-, me parece ver pasar, a las nueve, a Floren o a Mary Ángeles. 

                                                                                                              José A. Suárez Marqués

15 febrero, 2016



BARUCH... /6

Baruch fue una serie de pequeño artículos, cuya intención  primera fue tratar de establecer, de contrastar, dos maneras diferentes de leer la realidad humana. De hecho, desde los tiempos del imaginado Odiseo -o real ¿Quién sabe?-, ambas, mal que bien, conviven: el mito y la razón.
Esa convivencia, más antigua aún, se inicia en la Edad de piedra, hace más de cien mil años, cuando nuestro grado de encefalización ya era semejante al actual.  Para entonces ya éramos el último modelo -evolutivo- de la serie homo: un cerebro de aproximadamente un billón de células, la décima parte en el procesador: como un Terabyte, y con unas cien veces más de conexiones, o sea, por encima de 100 billones de sinapsis o enlaces neuronales. Y utilizábamos dos tipos de programas diferentes, uno  para interpretar las cosas de aquella manera: mágica ¿En qué otro modo, sino, podíamos interpretar el temor que representarían un cambio climático, como una Glaciación, una plaga o un simple meteoro, para los primeros Sapiens? El otro, menos natural, buscaba explicaciones, correlaciones o identidades: la lógica, la que nos ponía al alcance un buen bifaz, en suma... la razón, la tecnología (1).

El comienzo de esa doble naturaleza, no tuvo lugar 'entrerríos' -El Nilo y el Éufrates-, no: ocurrió alrededor de la falla del Rift africano, en algún lugar entre Taung, Sudáfrica, y el triángulo de Afar, cerca del cuerno de África. Y no fue exactamente el paraíso terrenal, fue una noche de seis millones de años, en la que pasamos de presa a depredador, de un cerebro de poco más de trescientos gramos a más de mil quinientos; nuestro índice de encefalización -la proporción entre masa encefálica y el resto del cuerpo- se multiplicó por tres, en una magnitud y un tiempo, prácticamente, sin precedentes en otras especies. Pero nuestro bisabuelo Pan troglodytes, prácticamente un chimpancé, era una presa fácil, demasiado fácil, en el nuevo entorno -de pérdida de selva- que se estaba produciendo en el este de África; para cuyos felinos resultaba una especie de hamburguesa muy asequible. La respuesta (2), pues somos una respuesta a ese desafío, fue la aparición de la sociabilidad: #150#, ese es el número mágico que llegaron a alcanzar, al final de esa noche de millones de años, los clanes de cazadores-recolectores en vísperas del nacimiento de la civilización. Se había acabado la edad del hielo para aquellos emigrantes africanos a Eurasia, y comenzaban a desarrollarse las culturas neolíticas en oriente medio y quizá más allá del Himalaya. Y #150# sigue siendo el número de amigos que podemos  gestionar -eficientemente- en un grupo de Facebook, parece un límite fijo de nuestra sociabilidad.
Durante esos millones de años -antes, incluso, de ser humanos- nuestro destino, nuestra suerte, dependió por completo de la Ley del clan, de su cohesión; lo que favoreció la identificación de esa Ley del clan con la Ley de la sobrevivencia; llegando a adquirir tal importancia selectiva, que acabó por quedar impresa, tanto en las estructuras sociales, como en nuestra la realidad genética. Como ya hemos comentado. anteriormente.
Pero esa cohesión del clan -a su vez- se relaciona con otro elemento central en nuestra historia evolutiva: la necesidad, la búsqueda, de respuestas a nuestra angustia existencial, enfrentados a la naturaleza. Y esas respuestas se produjeron en clave de mitos, con los que estrenamos el pensamiento simbólico. Ocurrió que, durante el Paleolítico, hace decenas de miles de años, aislados entre capas de hielos que podían  alcanzar algún kilómetro de grosor, y persiguiendo enormes bestias peligrosas - auténticos depósitos de grasa y calorias-, expresamos esa nueva naturaleza simbólica: entonces, en la oscuridad de 'la caverna' activamos la cultura: cuando un cazador, chamán y artista, con los dedos untados en ocre de hierro u hollín con grasa, iluminado con una lámpara de tuétano, perfiló -como una invocación propicia- el bisonte, que tenía en su mente asociado a la caza. Ese lazo mágico, y no otro, fue el origen de  las religiones e, incluso, de la filosofía y la ciencia (3).
Podría decirse, pues, que somos los herederos del usuario de la lámpara de tuétano, de aquella angustiosa necesidad de explicación, que nos llevó desde el tránsito por los mitos primitivos, o desde la teogonía y las grandes religiones, hasta los sistemas filosóficos y la ciencia misma. Durante muchos milenios tratamos de aplacar esa necesidad mediante la tradición animista, hasta que el formidable desarrollo científico-técnico de los últimos tres siglos, nos puso ante la más inimaginable herramienta: 'el Código genético', 'la Biología evolutiva', 'la Física cuántica', 'la Radioastronomía' o 'la Teoría de la relatividad' (Que ayer mismo, nos ha ilustrado con una onda gravitacional que viaja en el tiempo, pero que Einstein predijo hace ya un siglo).
La luz de aquella primitiva lámpara de tuétano acabó por modificar la relación del hombre con la naturaleza, hasta enfrentarle con la pérdida de toda relación con el 'animismo' original, pero también a superar el dualismo (4) clásico de materia y espíritu, como dos realidades originariamente diferentes. Esa luz, o la Ilustración, finalmente, deja al humano, con su razón pura, en un mundo transido de soledad. Somos capaces de rastrear el ruido de fondo cósmico de una singularidad -big-bang-, ocurrida hace más de trece mil millones de años, de mapear la materia del cosmos, de conocer la masa o la energía oscuras, de intuir el viaje en el espacio-tiempo cabalgando una de esas ondas gravitacionales, pero seguimos solos. La respuesta -choquemos, o no, con la iglesia- al ¿Hay alguien ahí? está más allá -antes- del gran estallido que convirtió las ondas de energía en la materia consciente que llegamos a ser: un infinitésimo de tiempo, en una eterna noche cósmica. Y esa noche acabará en un fundido blanco, digamos. en unos cinco mil millones de años cuando se colapse el combustible de nuestra estrella, que acabará capturando la ya menguada órbita de nuestro planeta. Entonces todas las partículas y la energía subatómica se fundirán en ese gran blanco, antes de que todo acabe como una más de las enanas rojas que pululan por el infinito, negro y frío universo, esperando el próximo big-bang y... vuelta a empezar ¿El eterno retorno?



(1) El bifaz o doble cara, es la herramienta -una especie de hoja de hacha, tallada a dos caras- producto de la primera industria humana: la piedra tallada, de algo más de 2.5 millones de años. Aunque todavía no éramos el último modelo evolutivo, precisó cierta planificación: memorias de búsqueda, desarrollo de un plan inicial, selección de materiales y técnicas; actividades que acaban por diferenciar la especie Homo sapiens del resto de la naturaleza animal.

(2) Es fácil de observar en cualquier grupo de babuinos, cerca del Kilimanjaro.

(3) 'Relegere', étimo de 'Religio' si hacemos caso a Cicerón  -antes de la actitud invasiva de las religiones del libro y de la filología moderna- significaría: reunir y con diligencia. Por otra parte, 'Religere', se asocia a: escrúpulo de respeto hacia lo estatuído; lo que ayuda a mantener el equilibrio, la duración de la sociedad; o el respeto general a lo que representaba la 'Urbe'. Posteriormente 'alguna' religión lo trasladó hacia lo que representa una Iglesia, una creencia.

(4) Gustavo Bueno, Mario Bunge o Stephen Hawking y tantos...  han rastreado la lógica del discurso científico, pero más allá del espíritu que anda entre pucheros, no hayan absolutamente nada más que materia y la infinita oscuridad. Aunque la desbordante imaginación de Roger Penrose vea tiradas de 22 universos paralelos, que comienzan cada 40.000 millones de años ( Ya sólo nos faltan 26.000 millones para salir de dudas). Stephen J. Gould, en CIENCIA VERSUS RELIGIÓN, trató de establecer una tregua de la ciencia con las creencias, es decir, con las religiones, empero la querella sigue en pie: Richard Dawkins en EL ESPEJISMO DE DIOS, niega la mayor. Querella que excede este artículo. Quiza...







01 febrero, 2016



BARUCH... /5


En la entrega -4- recapitulábamos cómo evolucionó la visión histórica y científica en Occidente. Y lo hizo alejándose gradualmente de los mitos de origen, de lo que hoy llamaríamos las tradiciones de Oriente. Así que, antes de acabar contrastando la actualidad del pensamiento de Baruch, echaremos una última mirada a los orígenes de la tradición monoteísta, en contraste con aquella visión occidental.
Es bien conocido que la escritura aparece, en la mitad del neolítico, en el creciente fértil -entre el Tigris y el Nilo-. Las primeras protoescrituras lo hacen hace casi seis milenios*, pero no es hasta transcurridos dos milenios cuando un grupo semítico, seguramente, nómada aún, inicia una tradición oral que atraviesa todo el segundo milenio y no se fijará como texto hasta el período que va del 1000 al 500 a C.
Esa larga gestación dejará una impronta típica de los cautiverios babilónicos y egipcios en el futuro texto sagrado: el diluvio, el más allá, el inframundo, la inmortalidad en el mito de Gilgamesh, el mito de la mujer y la costilla del primer hombre. Finalmente, tiene particular interés el relato sumerio de la disputa de dos personajes mito: Emesh, custodio de la vegetación y del bosque, es decir, de la naturaleza primigenia; y Enten, custodio del ganado y las cosechas, o sea, del mundo agrícola. La narración tiene un claro paralelismo con Caín y Abel, pero refleja, además, el conflicto que implicó la aparición, precisamente en el 'creciente fértil', de los mundos agrícola y ganadero que van desde el templo de Göbleki Tepe (Anatolia), hasta la primera urbe, en Jericó (Israel), hace casi doce milenios. 

Es en ese mundo, a finales del Neolítico*, donde se teje -con retales de aquí y de allá- el relato bíblico. Quizá el interés mayor para esta serie se sitúa en su inicio, en la cosmogonía que es el Génesis. Y esa historia de la creación arranca desde una contradicción elemental: En el primer capítulo, después de los animales, 'dios' crea al hombre y a la mujer, a su imagen y semejanza, pero sin establecer prioridad entre ellos (G 1:  25-27); empero, en el segundo capítulo, crea en primer lugar al hombre, más tarde a los animales y, finalmente, a la mujer de una costilla del hombre (G 2: 4). 

Ese es el inicio de la cosmogonía que constituye el primer libro de la Torá o Tanaj: la Biblia hebrea o Nuevo Testamento de los cristianos. Tal contradicción, en el mismo principio, parece enloquecer a los exégetas del creacionismo, que llegan hasta el punto de diferenciar "ser creados simultáneamente" de "en el mismo día". Lo cual les debe de parecer una diferencia sustantiva, después de cuatro mil años y no se cuantos meses y días que, para ellos, han transcurrido exactamente desde la creación. Pero tal diferencia se complica aún más, para acabar en un enredo de faldas, o en una cuestión de genero: En los comentarios cabalísticos del Pentateuco al (G 1: 27), es decir, al versículo que alude a la creación de hombre y mujer como iguales, se acaba por afirmar a Lilith como la primera esposa de Adán, anterior a Eva. y que le abandonaría para acabar volviendo como súcubo al inframundo demoníaco. El comentario añade -cuestión de género o invención de su origen mesopotámico-, como motivo del abandono, la negativa (!) de  Lilith a yacer en posición inferior con Adán. Hoy parece una broma, pero por cuestiones tales, la 'santamadre' o el 'sanedrín' de turno, daban con uno en el martirio. 

El citado conflicto de versiones diferentes o enfrentadas, es una muestra típica de un texto cuya 'génesis' no acaba de resolver la 'Hipótesis documentaria' de, al menos, cuatro fuentes, ni justifica a Moisés como compilador único de una pretendida ortodoxia, que el mundo rabínico considera -para la totalidad de la Torá- como, directamente, de inspiración divina, a la que también se sube el mundo cristiano y, en parte, el musulmán. En realidad, esa historia de las versiones o la Hipótesis documentaria  recuerda demasiado el actual CORTA Y PEGA. 
La Torá es humana, demasiado humana, no importa que versión, o quizá por ello mismo. En su totalidad se aprecian sus orígenes en  distintas fuentes, autores, tiempo y lugar, No resiste un elemental análisis de texto y, sobre todo, no puede ocultar los préstamos de otras culturas, especialmente del panteón y de la mitología babilonio-sumerias. La infinita sucesión de versiones, traducciones, discusiones, exégesis o contradiciones -tan judaicas, que diría Woody Allen- no hacen más que poner al descubierto esa naturaleza tan humana.
 Pero la fe es, sobre todo, una emoción, y la emociones no atienden a razones...


*   Casi al mismo tiempo se inicia en China el origen de las protoescrituras asiáticas.

** En todo caso, si parecen tener interés las contradicciones entre los citados capítulos 1 y 2, que responderían a la añoranza del mundo perdido -la edad dorada- del Neolítico. La sedentarización 'civilizada' conllevaba las 'injusticias' que propiciaba la nueva vida y la estructura de poder, en sociedad, en los primeros núcleos de población. No era fácil olvidar los valores 'naturales' del nomadismo, en la cercanía de Yahveh, en plena naturaleza pastoril-recolectora.
Contradiciones que recuerdan demasiado la disputa sobre la condición humana, entre los puntos de vista que sostenían Hobbes y Rouseau, a propósito de la raíz del problema: la sociedad o el individuo.