Es un dilema que por actual no deja de ser antiguo. La vieja Iberia fue desde el paleolítico un rompeolas donde se acababan encontrando gentes de las siete cepas -según afirman los antropólogos físicos- de las que descendemos todos los europeos. Las que llegaban por el Mediterráneo, por el Atlántico o por el continente. Quizá ello explique mayor divergencia y, por ende, más enfrentamientos que en otras zonas del continente con poblaciones más homogéneas. Puede que sólo los Balcanes hayan sufrido algo similar. En cualquier caso, desde el final de la edad del Hierro, la Península es teatro de conflictos geopolíticos de una frecuencia inusual en Europa: "Roma v Cartago", " Guerra civil de Sila v César", "1er intento de desembarco de norteafricanos en tiempos de Adriano", "Invasiones Godo-germánicas", "Invasión de Árabes y norteafricanos", "Enfrentamientos entre religiones, agravados desde desde s. XIV", "3 Guerras civiles en s. XIX" y "1 Guerra civil en s. XX". Seguramente, un curriculum inigualable en toda Europa. Diferentes pueblos o naciones europeos han sufrido conflictos, guerras o invasiones, con más frecuencia que otros, pero es que la vieja Hispania constituye un caso único en Europa: pasar de potencia hegemónica a poco menos que un condominio de sus viejos rivales fraco-británicos.
Tal descenso fue el reverso de una cadena de despropósitos históricos, una especie de inveterada manía de pegarse tiros en el pie: la Monarquía hispánica no atina a resolver el conflicto entre las tres religiones del libro, lo que acaba en las expulsiones que dejaron parte del territorio convertido en auténtico páramo, al tiempo, que la otra parte era, literalmente, arruinada por la política de los Habsburgo ; entretanto Francia -nos cuenta Voltaire, con todo detalle- sale de una auténtica guerra civil religiosa convertida en una potencia exultante. Los palacios del Louvre o Versalles podrían resultar, aun más que excesivos, en los tiempos miserables del Buscón o de los autos de fe. En Britania los enfrentamientos llegaron a costarle el cuello al mismísimo rey, pero entran en el s. XVIII rozagantes, a comerse el mundo; no importó la jornada de don Blas de Lezo, se quedarían igual con el dominio de los mares y del comercio, para lanzar, consecuentemente, la era industrial. Al final de ese período un rey cabestro y un príncipe felón perdieron la Marina y el Imperio de España; mientras, los gabachos de Bonaparte, en la retirada de Madrid, se podían permitir hasta arrasar la poca industria local -la fabrica de porcelana del Retiro, por ejemplo- para ahorrarse competencia futura. Parecería -más allá de la circunstancia del momento- el enfrentamiento de un ciego con un jugador con buena visión de futuro. Del XIX, mejor ni hablar, del empobrecimiento al despojo final: una piña de enajenados peroraba en la carrera de San Jerónimo, incluso lanzaba bravatas, mientras los yankees acumulaban una potencia militar-industrial que dejaría en pañales al Imperio británico. Ahora es bien conocido que, por el 98, ellos estaban a punto para producir automóviles o líneas de teléfonos, por millones/año, y producciones de acero, electricidad o líneas férreas, que no las rozaríamos, ni siquiera, hasta un siglo más tarde. Pero las bravatas e insensateces, decíamos, en la Carrera de San Jerónimo, casi se oían en Cuba.
Pues bien, con esos antecedentes, una banda de iluminados, o quizá más de una, nos quieren volver donde solíamos. Sí, después de la salida del último episodio negro de esa serie, y de una transición, tenidas por modélica por propios y extraños, nuestros viejos demonios familiares vuelven a aparecer, es como si no hubiésemos aprendido nada ¿Cómo es posible que la indignación de tanta gente sea aprovechada por unos pringaos con dinero sucio venezolano-iraní, o que los antisistemas en Cataluña sólo alcancen a sostener a los hijos putativos o carnales del tan poco honorable Pujol?
Sería una frivolidad que nos saldría carísima: los politólogos de moda que han sido tan listos como para engañar al mismísimo J. Stiglitz, sin embargo, por carecer, hasta carecen de un programa económico viable o algo que se le parezca. Por eso comenzaron por la desvergüenza de prometer subsidios -que no salarios, o empleos- universales, que alcanzarían el monto, o quizá habría que decir el monte, de la friolera de un cuarto de billón de € ¿Es que se ha vuelto gilipollas este país? ¿Es que sus economistas, que también los tienen -¡Hay que joderse!- y que han ido rebajando la cifra, mientras iban virando para meterse en el caladero de PSOE; también están gilipollas?
No es posible que se olvide que el famoso régimen del 78 fue el período de prosperidad y avance más largo de nuestra historia, y que la llegada de esta piara (en lo intelectual, puede que, por otra parte, sean muy limpios para lo suyo) de insensatos al poder, tendría un efecto devastador sobre la economía española ¿Es que tanta gente indignada no alcanza a ver que la economía a la venezolana, que nos traerían, arruinaría el país para décadas si Europa no lo remediase? ¿Es que la mayoría silenciosa -digámoslo así- vamos a permitir que ellos permitan desmontar España, para que nacionalistas -a lo antisistema, pero burgués- catalanes o de otras layas, construyan su finca en una Unión europea, cuya lógica -eso, de UNIÓN- es totalmente contraria; y que no puede permitir que se abra esa caja de Pandora?
PEDRITO DEBERÍA DE ANDASE CON CUIDADO CON EL LOBO.
Lo suyo, lo personal, después de todo, es lo prescindible.