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16 junio, 2018



LA FALA, LA POLÍTICA Y EL SENTIDO COMÚN...


(Uno acabará por volverse jacobino: ahíto de modernos, radicales y antisistemas).

Ha treinta años ya, que el sinsentido desbordado de amor al terruño ya campaba sin freno por la vieja Iberia, incluidas las Asturias. Entonces, los más sabios de la tribu: Alarcos, Lapesa, Dámaso Alonso, Bueno, Caro Baroja, Buero Vallejo, Laín  Entralgo, Neira… y un buen puñado de  doctores y cátedros de la cosa, en documento titulado La Realidad Lingüística  de Asturias, lo pusieron muy claro: en Asturias había hablas, que no una lengua con la equivalencia necesaria con las tres peninsulares. Y ello así, por más fervoroso amor que –decíamos- profese al terruño cada hijo de su madre…
Empero, entre los aledaños y las ambiciones de poder no abunda el más común sentido, ni siquiera entre los especialistas en ‘la cosa’: unos por necesidades de competición política, otros por exceso de afecto, el caso es que pujan en el despropósito.
De modo que, al cabo de una larga emigración, cuando vuelvo a mi tierra, me encuentro tratando de no acabar –lingüísticamente hablando- como un maketo o un charnego de aquellos. En fin, que no me veo repasando los deberes para dominar esa neolengua normalizada –digo yo-, que ahora podrán aprender los guajes en la escuela, y los voceros de los medios (Con lo ufano que me había llegado a sentir por no tener que normalizarme el magín con la inmersión esa... no sé cuántos). Como la cosa va a resultar envenenada, ya charlaremos tendido en las páginas del anuario "El Baluarte”, cuyo editor fue quien nos ha dado el queo de lo que está a punto de ocurrir. Entretanto, es ocasión de adelantar algunas realidades, mientras acaba por llegar el invierno con ese próximo ejemplar. 

Uno de los aspectos que más llama la atención es la apreciación por las autoridades citadas, de ser una minoría, los embaucadores (sic) que pujan por esa oficialidad, a la que se tilda de desafuero. Uno piensa que hay que tener mucho cuajo o mucho… lo que sea, para en cuestiones de ‘fala’ tenérselas con Alarcos, Lapesa y cofradía; quienes llamaron a la cosa, jerga “in vitro”… o jergas, habría que decir, porque a las tres o más, del actual Principado (véase mapa, con las occidentales resaltadas), habría que sumar las variantes cismontanas, como el palluezu, el mirandés, el extremeño o el berciano… además de falas locales o menores como, por ejemplo, la nuestra pixueta. Y aun algos… cada comarca acabaría vindicando su glotónimo. O sea, la torre de Babel o el don de lenguas.


Algo pasa, pues, con la llingua, fala o bable, cuando un tal Don Emilio Alarcos estampa su firma bajo la siguiente afirmación: ”La “llingua de la tele, de la radio y demás medios de comunicación, no es lengua ni es nada”.  Y lo que pasa -poniendo cada concepto en su sitio- es que en lingüística, otro tal Roland Barthes, considera que la realidad heteróclita y multiforme del lenguaje, que incluye a la vez lo fisiológico, lo físico y lo psíquico es dicotómica: por un lado está la lengua, una institución social o sistema de valores, en parte arbitrario y, también, un contrato colectivo no modificable individualmente; del otro, el habla, un acto individual o uso del código de lenguaje para expresar el pensamiento, constituido por signos combinados según infinidad de hablas.
Por último, también ocurre que ambos lados están imbricados dialécticamente: no hay lengua sin habla ni habla fuera de la lengua. La lengua, pues, es un tesoro depositado por la práctica del habla en los sujetos de una comunidad.
De manera que, así entendidas lengua y habla son dos caras perfectamente diferenciadas de una realidad… en la que los astures -depende- usamos o la lengua española, o las que hasta los años del cambio de régimen fueron consideradas como nuestras hablas locales. A partir de esos años se acelera un proceso sociolingúístico en el que la emulación, el agravio comparativo y las juventudes políticas acaban impulsando poco menos que una “formación del espíritu regional”. ¿O, más bien, “nacional”?
Nuestros (a)berzales, pues, serán muy conscientes, desde el primer momento, de la necesidad de salvar las (tres) carencias que separan el habla de la lengua.
La primera -en el bable-, se ocasiona en su disglosia y desplazamiento por el castellano, con la consecuencia de un Corpus  literario muy citado; pero, más bien magro, y cuyos orígenes serán:
       A -La Cayuela del Carrio. (Siglo VIII, Villalón: conjuro contra los nuberos en latín vulgar y muy alejado del clásico).
     B -La Noticia de Kesos. (Hacia el 980, Rozuela, en León: inventario de quesos, que indica un latín ya frecuente y muy vulgar, pero diferenciado de lo que será castellano o gallego).
     C -El documento de concesión del Fuero de Avilés. (Otorgado en 1085. Confirmado a finales del XII. Se conserva copia de finales el XIII: Lapesa identifica elementos comunes con el dialecto asturiano).
       D -La versión del Fuero Juzgo. (Siglo XIII: Lapesa vuelve a calificarlo de dialecto asturiano occidental).

Pero, a finales de ese siglo se produce un hecho trascendental: el predominio, en la corte de Alfonso X El Sabio, del castellano y el gallego. Lo que, por otra parte, trae causa de la pérdida de la hegemonía de León en favor de Castilla. Hechos, que provocan el proceso de disglosia: fala coloquial y popular, de un lado, y lengua culta o de prestigio, por el otro. Situación, que la mitología (a)berzale alarga durante los sieglos escuros, hasta el surdimientu a partir del XVII y de la Ilustración.
Tal surdimientu quedó reducido a Marirreguera, con las traducciones de algún tema clásico o religioso y una sátira teatral. A finales del XVIII, para el XIX, Jovellanos hace la primera propuesta para la creación de una Academia y un Diccionario –que resultaron, entonces, fallidos- para normalizar lo que llama abiertamente: dialecto. Su hermana deja una obra poética menor, rescatada en la antología de Caveda. 
En el XIX, lamentan los (a)berzales, con espíritu contradictorio, la influencia negativa de las ideas románticas -o contrarias a la Revolución- de Humboldt o Herder; con las que, a su pesar, coinciden en la Volkgeist o espíritu y genio de un pueblo; que acabaría por impulsar un costumbrismo literario, sólo superado en la segunda mitad del siglo con otro espíritu: el festivo y erótico de Teodoro Cuesta.
En resumen, hasta los tiempos de Jovellanos, incluso hasta los de Menéndez Pidal, teníamos fala: hablábamos –se dijo- el dialecto bable, leonés o asturleonés u otras variantes locales.  En el cambalache del siglo XX, se escribe sainete y teatro chico o costumbrista, juegos florales; y aparece entre 1916 y 1918, una efímera Liga pro Asturias (Regionalista), para la difusión de la Doctrina Asturianista. ¿Tiene aire catalán, verdad? Pero será en el último tercio de ese siglo XX, con los  cambios profundos surgidos al final de la Dictadura, cuando se produzca un nuevo reparto de poder: las élites periféricas y determinadas organizaciones de izquierdas –antes internacionalistas, como reza su himno- descubren el tremendo tirón identitario de la lengua, que acabará por actuar como un factor discriminatorio entre comunidades, o como plataforma de las nacionalidades históricas; hasta llegar al punto de dar lugar a conflictos que tratan, incluso, de superar el acuerdo constitucional; o de reivindicaciones nacionalistas del rango de lengua oficial, en territorios con hablas o dialectos, como Aragón, Asturias, Baleares o Valencia.

Así; la realidad hoy, en el Principado, que no en el resto de las comarcas bablehablantes, sumará al Corpus literario ya citado, el carácter institucional de la Academia de la Llingua Asturiana, además de los desarrollos normativos -bable central- del léxico y la gramática… de manera, que salvadas las otras dos carencias que –decíamos- separan el habla de la lengua, para los asturianistas: ya tenemos lengua, casi oficial.
Eppur si muove… los asturianos, en general, no ignoramos el trasfondo político, utilitario, del asunto: el artefacto con las tres ruedas citadas es una neolengua, no de ja de ser… algo artificial. No puede llegar a cambiar el resultado de las relaciones de poder, en el antiguo Reino asturleonés, con el castellano, ni lo que pudo ser, pero no fue. Ni parangonarse con las lenguas oficiales –sí- de la península. Tampoco figurará nunca, como tal, en la Biblia de las literaturas de Harold Bloom: El canon occidental. Después de todo, Feijoo, Jovellanos, Palacio Valdés, Clarín, Pérez de Ayala o Dolores Medio escribieron en español.
Los asturianos en general, decía, no por ello sentimos menos amor a nuestra habla materna, no necesitamos competir en reconocimientos con otros, no tenemos esa comezón… somos realistas. Seguramente, merece reconocimiento el esfuerzo y el trabajo de las personas y organizaciones y su amor por la tierra y lo nuestro, pero somos lo que somos y nuestra historia, la que es.
Después de todo, el glotónimo “bable”, nada que ver con política o políticos, es una humilde onomatopeya de bla-bla-bla… de falar a nuestra manera, nada que ver con etnónimos señeros como inglés, chino, francés o català, euskera y gallego, aquí, de más cerca…

De estos, de los de aquí más cerca, lo que nos distingue es EL USO de nuestras hablas, pero de eso ya hablaremos este invierno al amor de la lumbre…







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