Uno no se resigna nunca a lo que se pierde en el tiempo... Es la ley de la vida: tratar de retener aquellas memorias que nos resultan más preciosas: una determinada mirada, la risa franca de una niña, un paisaje o el olor que rompió “aquella” mañana de petit bonheur francés. Memorias que están retenidas en lo más profundo y cosidas a nuestras emociones más remotas. En realidad, eso es lo que somos, lo que va quedando de nosotros mismos.
En el anterior número de El Baluarte, “el pobrecito escribidor” intentaba retener una imagen, una mirada, que ya pugna por escapar tras ese tiempo. Los “pixuetos” somos muy evocadores, sólo hacemos falta dos para entrar en materia. Quiero suponer, sin duda, que tendrá algo de nostalgia de mayores... No digo viejos. Pero hay algo más, o aun “algos”.
Algo especial -según parece- que se inicia con noticias de poblamientos por el valle de Prámaro hacia el primer milenio. Algún tiempo después, a finales del siglo. XIII -es ya muy conocido-, la donación de un suelo en el puerto al monasterio de Obona para la venta de pan. Es a partir del XVI cuando la pujanza del Gremio de Mareantes se hace notar: iglesia nueva, barcos y tripulaciones a Lepanto, Flandes, Gibraltar o a la Florida de los Menéndez Marqués, al decir del historiador. Merecen homenaje aparte, los no muy conocidos: el capitán Barbón*, con mando de Escuadra, y Antonio Albuerne, burlador ante La Habana del almirante Rodney, emulando a medio-hombre, Blas de Lezo. Pero son los finales del XVIII los que traen la mayoría de edad: la oferta de los mil doblones** que Pravia rehusó: unos 100.000 reales de la época. En realidad, la cuestión de fondo era el monopolio del alfolí -la sal-: en total, a los “pixuetos” se les ponía la arroba a sesenta y cinco reales y medio la fanega, lo que venía a ser casi ocho reales, de la época, por Kg. Entonces, ambas Villas albergaban similar población, 2.000 habitantes, más 7.000 cada concejo: No sabemos cómo, pero el caso es que cuenta el bueno de don Pascual, que en aquella villa de Cudillero había, entre niños y niñas, más de quinientos. Pero la desproporción a favor de Cudillero, Pascual Madoz la sitúa en la renta: aquel Cudillero de la Cuesta de la Habana o el Cabo Vivigo -así los nombra- era un hervidero de actividad: contaba con cuarenta lanchas grandes, lo que representa casi la flota de mediados del siglo XX, a las que se añadían 12 barcas en Vivigo, 22 molinos harineros; cultivaba hasta cereales, naranjas o lino, además de la agricultura e industria tradicionales; Aduana de cuarta clase y cabeza del Distrito Marítimo. Pero el precio de la sal -incluido el citado coste del privilegio- no dejó de perjudicar muy notablemente al desarrollo de la industria de las salazones, el escabeche y curado de pescados, que exportaba, sobre todo, a Castilla. Y, a mayor impedimento, "barcos sin puerto": En 1822, 1826 y 1839 fue aprobado, para el muelle, el presupuesto de 30 a 40.000 duros; en 1844 se elevó exposición a “Su Majestad' que, escribe don Pascual: "... Fue paralizada en el Ministerio de la Gobernación. Su necesidad, había sido prevenida por Real Orden de 1824". ¿Ah?
De manera que en 1837, y al tercer intento, acaba por separarse de Pravia. Una década más tarde se comienza a poner conservas en vidrio y, poco después con vascos y gallegos, además de Candás, las conservas serán en lata. El siguiente medio siglo trajo las vaporas, la electricidad y... los tiempos modernos.
A esas alturas, la primera mitad del siglo XX, Cudillero, especialmente 'la marina', vivía abierto a la mar, pero cerrado a tierra. Vivía en su mundo: la pesca, y todo lo demás que giraba a su alrededor. La actividad, la cultura y hasta el ocio eran marinos. Seguramente el cine Mary y la radio eran los únicos canales de comunicación que llegó a tener con el mundo de más allá de El Pito.
Cerrado en su cascarón entre La Garita, el Tolombreo y la Casa'l fuego, esa andadura por el tiempo, fue decantando una mentalidad y unas tradiciones peculiares. De manera que los viajeros de esos tiempos modernos, desde Ortega y Gasset o Evaristo Valle, hasta los pénjamos de Jesús López Pacheco, cuando bajaban de La Formiga, venían a dar en un mundo verdaderamente extraño para ellos. Nos veían como cormoranes prestos, ávidos, de arrojarse al mar, y como depósito de la raza marinera del Cantábrico. Nunca lo habríamos imaginado, bueno sí, pero abordo, en la mar. En tierra y, sobre todo, pasando Muros, éramos bastante retraídos, por decirlo así. Pero nuestro mundo, tal como era, estaba a punto de ser alcanzado por… la barahúnda del Desarrollo.
Antes, López Pacheco, dejando en Madrid a su célula y el –para mí, añorado- viejo Caserón de San Bernardo; cosa, entonces insólita: se embarcó en una lancha y comenzó a trabar nudos como versos, nudos de sufrimiento, de hambre, de esperanza y de sed; nudos, en fin, de poeta. Jesús, puso nombre a su corazón y… se fue, guardando para siempre esos nudos que le unían a este pueblo asturiano. Llegó un día, en su Madrid, que para mí sorpresa, el patriarca -entonces- de la crítica literaria, a mi presentación, correspondió con un: "Hombre... mi corazón se llama Cudillero". (Por el rabillo del ojo le atisbaba la profesora de Literatura, Carmen Romero, toda una autoridad en la Tertulia del “Manolo” y en... ).
Otro de los personajes que, para mí, como en una galería de espejos me devuelven otra manera de ver, de contar, a mi pueblo, a nosotros, fue un periodista, al que solía ver asomado al ventanal que daba a la calle Ventura de la Vega: su busto sobresalía entre sus acompañantes, como el de un Duchamp, con aquella fuerza expresiva y casi con aura: tanto daba que le franquease un Leopoldo de Ribadeo como un periodista García de Luarca. En aquel refugio de nostalgias asturianas que era 'El Luarqués', a principios de los ochenta, un gallego Rodríguez, con la prisa de un caízo; y me llamo barro aunque Pedro me llamen, trocaba mareaxis por versos de Miguel Hernández, y añoraba el “pixueto” como el idioma oscuro y plateado de la ciudad prohibida... evocando a la señora Elvira Bravo: en la madrugada, cual Penélope, tejiendo y destejiendo los versos de una Amuravela inacabable. Pedro Rodríguez buscaba, tras el consciente del navegante solitario, el arcano sentido de tres “fogueras” en la noche de... la Casa`l fuego, o en las resonancias abisales del Malperro o el Calafrío. Y nos avisaba, ya entonces, de un extraño mundo que estaba cambiando -globalizándose- más allá de El Pito.
Quedaría muy incompleta esta memoria sin recordar la rebelión íntima de trasterrado de Carlos Luis Álvarez, Cándido, su nostalgia de estas tierras de Cudillero, de Artedo, las Brañas o las Luinas; cuando -citando a Pessoa-, aún niño, nadie se había muerto. Carlos Luis, las amó a estas tierras: su geografía, su historia y hasta su geología; se sentía unido, proustianamente, a sus aromas de hierba seca o maíz verde, al son de su lengua y a la melancolía infantil, recordando lejanas miradas a los viejos castaños. Cándido -como antes Ortega, como tantos ahora- nos cuenta la venida de Madrid a recuperar el sentido de la vida, la identidad: cuando, más acá de Puente los Fierros, le esperaban la música del bable y las casas de Cudillero, verdes, blancas, coloradas y amarillas. Como las de la saudade de Pessoa, pero con la alegría de ver regresar las lanchas una tarde verano.
Esas lanchas que, como muchachas, pintó Casaus para el degradar del tiempo. Y El Baluarte seguirá testigo mudo... de ese futuro en pasado, de una imagen, tras Garci, en el Papillon Chandler -Hollywood-; del Petit Trianon -El Pito- de Fortunato Selgas; de Casto Plasencia o del pintor Fierros; de un “quejío” al año en la garganta de Totó; de aquella imagen naïf del NO-DO, cuando bajaban las lecheras a La Plaza; de la “Danza prima”, la de antes, la nuestra, en la Plaza -por San Pedro- con hombres y mujeres, solteros y casados, jóvenes y viejos (Ya sé, ya sé que lo he escrito en otra parte, pero allí bailaba el alma de mi pueblo antes que dejara de ser lo que era). Porque dice Garrido Palacios, que Cudillero sin pescadores no es nada, -pues eso- si se acaban, Cudillero es o será otra cosa: eso es lo que el etnógrafo concluyó de la tradición, de la esencia del espíritu, transmitidos por Elvira Bravo.
Ya no hay mujeres oteando, esperando, la arribada -Isabel San Sebastián-, tras La Garita o en El Baluarte. No como antes: esposas, hijas, madres. Aún recuerdo a la mía…
Aquel Cudillero de “curadillo“ en la ventana, de la invernada larga, de la balda o de la ausencia del hombre casi toda la costera, de “encascar”, de meter las varas, de “Las compañas”, de “La Vega´l palo”… se fue mayormente al mar de cemento y asfalto, o al lado de La Telaya.
Tal como vio premonitoriamente el citado Pedro Rodríguez, nos tentarían a convertirnos en una Disneylandia, un miniparque temático, una residencia de ancianos más, una urbanización o un negocio del ocio -lo que semánticamente resulta una contradicción-, en esta Europa moribunda.
Hoy, más de la mitad, nos hemos ido por esos mundos. Entre tanto, la riada de fondos comunitarios fue una buena oportunidad perdida, entre decisiones... que hacen aún más incierto el futuro. En las tres últimas décadas se perdió el rumbo: la renta de España -salvo el lustro pasado- no ha dejado de progresar, pero Cudillero, tan en lenguas y tan visitado, sigue, a su manera, aislado, menguando, más abajo de La Formiga.
Y como es de bien nacidos reconocer las deudas, yo lo hago con la mía: la inspiración de este escrito nace de los geniales Cuadernos Literarios "Escritores en Cudillero", donde hay más, mucho más de lo que pretende transmitir este escrito. La iniciativa de Evaristo Arce, de Juan Luis, arropada por “Amigos de Cudillero”, recoge un testimonio literario y gráfico impagable. Que merecería el rótulo más sencillo, si se quiere, pero en el muelle del Este. Al final.
Fuerza es reconocer el mérito.
José Antonio Suárez Marqués
* Juan de Barbón hizo oficio de Almirante -con todo reconocimiento-, al mando de cuatro navíos de la Escuadra de Mena, con nombramiento del Capitán General de la Armada don Fadrique de Toledo, corriendo el año 1620.
** El doblón, desde los Reyes Católicos encarados, tuvo distintos valores y pesos: a principios del XIX llegó a cotizar por 100 reales.