Pues no, aunque indudablemente llegaron al noroeste peninsular -sobre todo-, grupos humanos portadores de cultura más avanzada: el hierro especialmente (armas o poder militar), el carro de ruedas, y aparejado con caballos... ya dejó dicho Don Julio Caro Baroja que en ocasiones viajan los genes (los pueblos), pero en otras, es sólo una minoría portadora de esa tecnología, que les proporcionará la ventaja social y económica del poder.
Discernir hoy el
sustrato genético celta, del anterior yamnaya (ambos del totum revolutum
indoeuropeo, en las estepas surorientales de la actual Europa), resultaría
mucho más complejo que distinguir el bronce del hierro. Y, desde luego mucho
más difícil que envenenar irresponsablemente (medios de comunicación y
educación, mediante) al personal, con modas ventajistas: tipo nacionalismos
localistas vasco o catalán y no digamos, el emulador e inefable galleguista.
¡No! contienen una dosis de oportunismo e ideología letal para los intereses de
la mayoría, en sociedades cuya prioridad debería de tener exactamente, el rumbo
contrario: MÁS EUROPA. Sólo hay que echar un vistazo al patio que la rodea. A
Europa, digo.
Pero el celtismo, hoy, es una pasión (más
política que cultural) sembrada por grupos de irresponsables que piensan, que a
favor del viento se navega mejor. Entre tanto, ese mundo que nos rodea, como
si no lo viesen. Estaría bien que los pueblos conozcan su historia,
razonablemente; pero los localismos identitario-lingüísticos han sido el motor
cainita -irracional- de la Historia (La que lleva mayúscula). Juegan, con
enorme irresponsabilidad, a la búsqueda de aquella vieja que arrastraba, tras
de sí, por los campos de la Irlanda -del Crepúsculo celta- de Yeats, a una
juventud enloquecida... de nacionalismo: final e inevitablemente presa de la
VIOLENCIA.
Puede que eso:
-la respuesta-, esté en nuestra naturaleza, más que en la condición humana,
pero a mí, por eso, no me gusta EL CELTISMO.