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14 septiembre, 2016



MERCEDES LÓPEZ DE VIVIGO... -la que nunca conocí-.


                                       
                                       

... Nació, justo, justo, al lado de la fuenti'l cantu, a principios del siglo pasado. Su relación con el Registro Civil no fue muy buena, de manera que nos dejó poca constancia...
Fue mi abuela -la que nunca conocí-, y acabaron con ella, de mala manera, por las trochas del Escampleru, cerca de Grado, cuando iba 'a vender'.
A la altura de finales de 1936, las pixuetas, de casi toda condición, vendían la pesca artesanal. Era duro sobrevivir: he oído 'mareaxis' sobre lo incomible que podía resultar la carne de gaviota. (Contaba una leyenda urbana que escuché por Las Luiñas, cómo, en aquellas circunstancias, los pixuetos habían intentado aprovechar hasta esas gaviotas, resultando el 'caladero' más propicio, la peña 'el Rebeón'). 
Pero 'alguien', en algún remoto lugar, había decidido salvarlos. a sangre y fuego, si fuera necesario. Seguramente, a su pesar.
Pero otro de esos 'alguien' -alma negra-, apreciaba desde su camión de hierro militar la gracia de Mercedes. Antes, su genio vivo la había librado de la vesania, en la plaza de San Pedro, donde no se atrevieron a raparle su bonita melena castaña clara ni a convidarla al 'popular' aceite de ricino, tras el adorno del lacito rojo; aunque 'moderada', tenía hermanos comunistas y, además, había osado 'tenérselas' con la todopoderosa Dolores Bravo -la de la fábrica-: Mercedes apoyaba que la pesca se pesase en las básculas nuevas que habían conseguido instalar en la Rula, y, Dolores -pro domo sua- que en las de las fábricas. Con ese temple -al estallar el conflicto- ayudó, primero, a 'ocultar' el marido de alguna 'facciosa' y, después, a salvar al padre de sus hijos: Adolfo Marqués, -cuchillo de cortar bonito, mediante- del 'paseillo' al que, pistolas montadas al bolsillo, le invitaban dos sicarios. Esa es una escena que, mediados los cincuenta y transcurridos ya veinte años, no podía dejar de evocar cada vez que recorría su escenario -la boca de la calle de San José, delante del hoy Hotel de 'Ía' Prendes-, cuando visitábamos la casa de mi tía Josefa y Angel el 'carmenchu', donde me nacieron. Desde poco más que mis seis u ocho años, trataba de imaginar la situación inaudita de una mujer sola, con su buen cuchillo, enfrentada -por el padre de sus hijos- a dos pistoleros, en un país revolucionado y sin ley; peor aún, con la ley del más fuerte, de las armas. Esa abuela -la que nunca conocí-, comenzó, para mí, a ser un personaje un tanto de leyenda, con un final anunciado, pero nada novelero: la sangre sería muy real, la de los míos,,, la de tantos. Afirman los críticos que tras el relato de Santiago Nasar, había una historia real. A mí, nunca dejó de parecerme fantástica y genialmente literaria. Pero la que me traía el golpe, el ruido, la furia y el dolor sordo de la muerte real, era la de mi abuela -la que nunca conocí- Mercedes López de Vivigo.
Eran tiempos truculentos, de pistoleros, humillaciones, paseillos, enfrentamientos y hasta asesinatos políticos: como en tantos sitios, en Cudillero se podía tirotear hasta un líder sindical... Luego -a las tornas-, se tomarían represalias en el otro bando: eran los dos gallos que tan magistralmente cantaron Chicho Ferlosio y Paco Ibañez.
Aquella España atrasada e inculta produjo los enfrentamientos que ocurren en los países pobres. No había término medio: arriba o abajo, conmigo o contra mí. Y Mercedes López de Vivigo -retoño de hidalgos antañones y 'farriegos': gente dura- conocía muy bien su lugar. Había tenido una infancia acomodada, como acredita esa fotografía luciendo un atuendo, imagen de un tiempo o de el mundo del ayer, de antes de la Gran guerra, que luego evocaría un tal Visconti. Su padre, Jorge López de Vivigo, fue indiano de va y ven de los que, de hacer caso a las malas lenguas, tenían dos familias: la de aquí -con la Máxima- y la de Cuba...
Aquella Mercedes, así que fueron pasando las holguras de los pesos cubanos y la bonanza que representó el post-conflicto europeo, continuó la saga: fue hija y madre de patrones pixuetos y se echó de suegro, nada menos que a Rafael de 'la garaya' (1).
Su marido, de ella, aquel Adolfo al que salvo la vida, era un buen mozo, adusto y callado: todavía hoy, le 'estoy viendo' bajar por la plaza con su terno negro y su buena camisa blanca abotonada a un cuello, en el que -tal que hoy- sobraría cualquier adorno. Desde niño, me llamaban la atención, abajo, sus zapatos relucientes como un espejo negro y, arriba, su mirada clara, acuosa y triste como de un mal recuerdo. Ese abuelo Adolfo rechazó, como una ofensa, un puñado de billetes y se encerró en otra vida... al margen. Tiempo después, le dijeron que -en reconciliación- habían trasladado los restos a algún lugar faraónico (2).
Los vástagos de Mercedes -siguiendo una tradición astur-, lo mismo que los abuelos, nos dimos a la emigración, nada nuevo: Madrid, Barcelona, Levante, el Caribe de nuevo... pero al último patrón de aquella saga y último de sus hijos, Jorge Marqués, volviendo a puerto, se lo llevó la mar un buen día de Julio...
Hoy, buena parte de su progenie, sólo vemos la vera de la fuenti'l cantu, de tarde en tarde, y sus tataranietos ya campan allende la mar..

Pero, muy niño, una noche de invernada, por debajo del aullar del viento del norte, oí una de aquellas historias que -entre susurros-, aún se contaban a escondidas: la vida ¡pena negra! se detuvo para Mercedes, en aquel Escampleru, cuando iba a amanecer. Un alguien... innombrable, al que ofendían su rechazo y su entereza -cobrando el desprecio-, la pasó por encima con su camión de hierro militar, a ella y a los gemelos que de nuevo llevaba consigo. Y se fue... al alba, con estrellas como amenazas, cuando ya sangraba la luna (3). Mi abuela -
la que nunca conocí- Mercedes López de Vivigo.
 


                                                                                       
(1) En los cincuenta, algunos 'viejos' de Cudillero recordaban, aún, que había sido, más o menos, desde los 17 años, el Patrón que tenía el mejor mapeo mental -por las marcas de la costa- del fondo marino cantábrico. Fue pionero en ese mar, con una pareja de vaporas, al arrastre. Después, lo hizo -con el mismo éxito- en la 'costa del moro', desde Barbate. Su nieto, Rafael Marqués, repitió el desafío y mandó bonitera -lo mismo que Pepe 'Kubala' Garay-, antes de hacer la mili, un hito. Pero la pesca y sus conservas -desde los veinte-, fenómeno extraño, había comenzado a ser abandonada en Asturias antes que en las otra comunidades cantábricas, como lo atestiguan estadísticas bien conocidas. Rafael, entonces, tras la guerra incivil, se fue a navegar la Avenida Diagonal, Mediterráneo a sotavento.
                                                                                                               
(2) Durante décadas tal lugar -cruz siniestra-, se cruzaba en mi camino de Asturias, el de casa. Entonces, una sensación extraña, incompleta, me hacía sentir una vaga y dura tristeza. Pero mi abuela -la que nunca conocí-, sospechábamos, quedaría aún con sus compañeros de infortunio por la tierra del Escampleru, perdida en la des-memoria histórica y en la desidia de los registros civiles de la época. Algunos de sus nietos, después de considerarlo, desistimos de la imposible búsqueda... al cabo, supimos que reposa -definitivamente, al parecer- en la fosa del cementerio de Salas... ya sin posibilidad de identificación individual.

(3) Décadas más tarde, cuando escuché, por primera vez, la canción de Luis Eduardo, fue una revelación, como un fogonazo... de aquella otra madrugada.                                                                   

ESTE RELATO QUIERE ESTAR LIBRE DE RESENTIMIENTOS PERSONALES O POLÍTICOS


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