... o el milagro.
(A mi amigo Suso, gustador de estas historias).
En la situación de bloqueo de los españoles, escasos de víveres y bastimentos, y expuestos a la inundación de su campamento desde los diques: Hohenlohe propuso una rendición honrosa, pero Bobadilla, mientras pide ayuda a Farnesio en Bruselas, responde: -"Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos"-, y decide combatir a la desesperada, en lo que queda del montículo y castillo de Empel. Esa noche del día 7 se desató una inusual tormenta que heló las aguas del Mosa, lo que propició el ataque sorpresa español en la amanecida del 'día de la Inmaculada' -para los creyentes-, que acabó en la destrucción o incendio de toda la flota enemiga. Ese día, mientras españoles, y no pocos italianos, aclamaban como su patrona a la Inmaculada Concepción, el Almirante Hohenlohe manifestaba: "Tal parece que dios es español, ante tan gran milagro". (Una tabla de esa imagen, había sido encontrada -al parecer- mientras excavaban las trincheras, interpretando así su intercesión en el desenlace).
Pero Empel no fue un hecho fortuito o aislado, aun con desenlace contrario, comparte con el final de Alatriste (la imagen última de la película), un sentido excesivo del heroísmo, del mismo modo que con medio-hombre, Blas de Lezo -menuda tunda a Vernon en la jornada de Cartagena de allá, mucho más notable que la que nos 'los casacones' propinaron en Trafalgar-: con Churruca que sale -de Cádiz- a sotavento contra Nelson, para que los Gabachos que comandaban, no digan; con don Juan Martín, qué importaría la pecina, si gastaba más lustre que el mismísimo rey Narizotas; y también con, por qué no, Moscardó o la guaja Aída de la Fuente. No, no nos hace falta remontarnos al pastor lusitano, ni al mítico Pelayo, ni siquiera a Cortés, Pizarro o Lepanto. No, no tenemos por qué echar pie atrás, ni ante hijos de la Gran Bretaña ni Gabacho alguno.
Por eso uno, a veces, siente tanta pena con las guerras de la banderita. Lleve el trapo el último color que lleve -el morao republicano o no-: lo es, de una cadena histórica que nos enlaza, mira tú, con todos los mentados... y aún algos, que diría Quijano, Don Alonso.
Claro -hay que reconocerlo-, que uno siente envidia sana contemplando a los gabachos en La Marsellesa del Campo de Marte el 14 de Julio a la anochecida. Hacen bien. Pero, callémoslo o no, sí sabemos que el cainismo es lo que marcó la diferencia en nuestra Historia. Todas las naciones que cuentan tuvieron sus episodios de guerra civil, al menos, a la entrada de la modernidad: el rey de Francia y el de Inglaterra llegaron a perder la cabeza en el envite; eso, sin hablar del Zar de todas las Rusias y familia en pleno. Pero lo que nos importa aquí -y quizá por ser la nación, entre esas que cuentan, la más invadida de Europa, además del rompeolas de los pueblos de Europa al norte y el Mediterráneo al sur-, es... ese cainismo que no cesa. Como si el país no acabara de ser pobre, no del todo aún: en cultura, en instituciones, en ciencia, en... confianza en sí mismo; sólo hace falta una mirada por encima de los Pirineos.
Tal cainismo... sigue patente, cebando el rencor, el resentimiento o la taifa: es el de alguien a quien ha menguado tanto la camisa, que no se sostienen las costuras... sigue vivo en la insidia entre el señoritismo rancio y el populismo nuevo, a cual más estéril... sigue latiendo, ayer en el Norte, hoy allende el Ebro o mañana no se sabe en cual Vistalegre. Todavía... sigue en el gerracivilismo, aunque camine ya para más de un siglo de viejo.
Pues -aun capaces, ayer del heroísmo y hoy de la excelencia-, cien años después de algunas centurias, seguimos invertebrados y aspirando, como mucho, como mucho, a la conllevanza.
Ortega dixit...
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