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26 diciembre, 2015



BARUCH... /4 (1)



Concluíamos ayer afirmando el 'Choque de civilizaciones', en coincidencia con S. Hungtington, y en desacuerdo con F. Fukuyama, quien a la altura del cambio de milenio, confundía el final de una batalla -con victoria, clara del capitalismo- con el 'Final de la historia'.
En realidad, la idea de ese choque está en nuestros genes, antes, incluso, de ser primates: es 'la lucha por la vida'; que formuló O. Spengler, principalmente, en 'La decadencia de Occidente'.

En realidad, quien inicia así la historia de las civilizaciones, fue el primer historiador moderno: E. Gibbon, ilustrado y coetáneo de Voltaire; autor de la 'Historia de la caída y decadencia del Imperio romano'; donde pone en perspectiva, de modo original, el ciclo completo -unos mil quinientos años- de la historia de Roma. Su tesis, es que el Edicto de Constantino constituye el momento liminar que marcará el inicio de la tradición  de los cristianismos -a la que más tarde se enfrentarán las sectas islámicas-; "estableciendo* la división, desconocida en el mundo antiguo, entre los negocios civiles y los eclesiásticos".
La Iglesia, ya oficial, acaba contribuyendo a la decadencia del Imperio. De hecho, se producen más mártires -dentro de la iglesia- en los enfrentamientos por el poder y la ortodoxia, que los provocados por las persecuciones, y, exagerados por el proselitismo, según reconoce el propio Orígenes. La prédica y la mística cristianas, su soterología, aceleran  pues, esa decadencia con la pérdida del espíritu y de las virtudes republicanas.

Casi un siglo y medio más tarde -de Gibbon-, el también británico A. Toynbee, en su 'Estudio de la Historia', plantea la relación entre las Civilizaciones y las Iglesias universales desde una visión finalista de la Historia: la aparición de esas Civilizaciones hasta  alcanzar la fase de las Iglesias universales, en la que las Iglesias, pueden favorecer la última etapa de decadencia, en un proceso de espiritualización -o eterealización- y transcender, así, el final de ese ciclo. 
Entonces, se plantea la cuestión fundamental: si la finalidad de la Historia es producir Civilizaciones o, tal vez, Religiones universales. Toynbee se inclina por la segunda opción, aun reconociendo que caben ejemplos de Iglesias universales que fagocitan a sus sociedades, como la Islámica o la Hindú; o a la inversa, como la China o la Japonesa.

Oswald Spengler completa esta visión -de la vida de las Sociedades- en la 'Decadencia de occidente', influido, seguramente, por el desastre europeo de la Gran guerra -recogido de manera tan magistral por S. Zweig en el 'El mundo de ayer'-, y su tremendo impacto en la Ciencia, el Arte y la Cultura europeas; hasta hacerlas perder su hegemonía mundial, quizá, de forma irrecuperable. Spengler entiende -entonces- la historia como la evolución de un grupo de civilizaciones independientes e irreductibles entre sí, a las que concibe como organismos sociales, realmente vivos; cuyo motor será la lucha por la vida (Struggle for life), en la que recorrerán un ciclo vital de juventud, crecimiento / plenitud, decadencia. 
La civilización occidental estaría, así, en la fase de decadencia. Spengler acaba, finalmente, rechazando la ascensión del nazismo, pese a los esfuerzos de Goebbels por atraerle a la causa.

Hasta aquí, muy resumida, la evolución de las ideas sobre las 'Civilizaciones' en la ciencia occidental, lo cual, ya desde Platón, se aprecia una dualidad creciente al entender el mundo material, de un lado, y el ideal o espiritual, de otro: Razón pura y materia inanimada.
La materialidad única de lo existente, de Lucrecio, en la ciencia oficial, ha estado siempre en segundo plano, hasta muy entrado el s. XIX.
En la primera mitad del s. XX, Bergson y Ortega y Gasset llevaron el dualismo filosófico a la formulación de las teoría vitalista-metafísica de la vida, entendida como un impulso radicalmente distinto de la materia inanimada, para Bergson; y al ratio-vitalismo, donde, por así decirlo -en palabras del propio Ortega- la razón, se da en la vida.
Empero, en la segunda mitad del s. XX, el paradigma de la ciencia occidental sigue su evolución: después de la busca, unos 30 años, del tío Alberto, tras la Teoría unificada que explicara "todas las características de toda la materia y la fuerza del Universo...", J. Monod, F Crick o S. Ochoa, al fin, se convierten al monismo: SÓLO HAY UN PRINCIPIO INFORMADOR DE TODO LO EXISTENTE.
Entretanto no se sabe lo que saben o no saben en... el  Azhar, 'primera' Universidad del Cairo.

En todo caso -las de ambas culturas religiosas: occidental e islámica-, son teorías del conocimiento diferentes, en su raíz. De mundos, por tanto, irreductibles.


*  "Historia de la caída y decadencia... " Pg. 1ª del Capítulo XVII.

(1) BARUCH.../4. El artículo original, sufrió de secuestro por los diablillos informáticos en Nochebuena. El Blog pide disculpas a algún lector que pudiera estar interesado en el original, y ha tratado de reescribirlo lo más fielmente posible.



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