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15 febrero, 2016



BARUCH... /6

Baruch fue una serie de pequeño artículos, cuya intención  primera fue tratar de establecer, de contrastar, dos maneras diferentes de leer la realidad humana. De hecho, desde los tiempos del imaginado Odiseo -o real ¿Quién sabe?-, ambas, mal que bien, conviven: el mito y la razón.
Esa convivencia, más antigua aún, se inicia en la Edad de piedra, hace más de cien mil años, cuando nuestro grado de encefalización ya era semejante al actual.  Para entonces ya éramos el último modelo -evolutivo- de la serie homo: un cerebro de aproximadamente un billón de células, la décima parte en el procesador: como un Terabyte, y con unas cien veces más de conexiones, o sea, por encima de 100 billones de sinapsis o enlaces neuronales. Y utilizábamos dos tipos de programas diferentes, uno  para interpretar las cosas de aquella manera: mágica ¿En qué otro modo, sino, podíamos interpretar el temor que representarían un cambio climático, como una Glaciación, una plaga o un simple meteoro, para los primeros Sapiens? El otro, menos natural, buscaba explicaciones, correlaciones o identidades: la lógica, la que nos ponía al alcance un buen bifaz, en suma... la razón, la tecnología (1).

El comienzo de esa doble naturaleza, no tuvo lugar 'entrerríos' -El Nilo y el Éufrates-, no: ocurrió alrededor de la falla del Rift africano, en algún lugar entre Taung, Sudáfrica, y el triángulo de Afar, cerca del cuerno de África. Y no fue exactamente el paraíso terrenal, fue una noche de seis millones de años, en la que pasamos de presa a depredador, de un cerebro de poco más de trescientos gramos a más de mil quinientos; nuestro índice de encefalización -la proporción entre masa encefálica y el resto del cuerpo- se multiplicó por tres, en una magnitud y un tiempo, prácticamente, sin precedentes en otras especies. Pero nuestro bisabuelo Pan troglodytes, prácticamente un chimpancé, era una presa fácil, demasiado fácil, en el nuevo entorno -de pérdida de selva- que se estaba produciendo en el este de África; para cuyos felinos resultaba una especie de hamburguesa muy asequible. La respuesta (2), pues somos una respuesta a ese desafío, fue la aparición de la sociabilidad: #150#, ese es el número mágico que llegaron a alcanzar, al final de esa noche de millones de años, los clanes de cazadores-recolectores en vísperas del nacimiento de la civilización. Se había acabado la edad del hielo para aquellos emigrantes africanos a Eurasia, y comenzaban a desarrollarse las culturas neolíticas en oriente medio y quizá más allá del Himalaya. Y #150# sigue siendo el número de amigos que podemos  gestionar -eficientemente- en un grupo de Facebook, parece un límite fijo de nuestra sociabilidad.
Durante esos millones de años -antes, incluso, de ser humanos- nuestro destino, nuestra suerte, dependió por completo de la Ley del clan, de su cohesión; lo que favoreció la identificación de esa Ley del clan con la Ley de la sobrevivencia; llegando a adquirir tal importancia selectiva, que acabó por quedar impresa, tanto en las estructuras sociales, como en nuestra la realidad genética. Como ya hemos comentado. anteriormente.
Pero esa cohesión del clan -a su vez- se relaciona con otro elemento central en nuestra historia evolutiva: la necesidad, la búsqueda, de respuestas a nuestra angustia existencial, enfrentados a la naturaleza. Y esas respuestas se produjeron en clave de mitos, con los que estrenamos el pensamiento simbólico. Ocurrió que, durante el Paleolítico, hace decenas de miles de años, aislados entre capas de hielos que podían  alcanzar algún kilómetro de grosor, y persiguiendo enormes bestias peligrosas - auténticos depósitos de grasa y calorias-, expresamos esa nueva naturaleza simbólica: entonces, en la oscuridad de 'la caverna' activamos la cultura: cuando un cazador, chamán y artista, con los dedos untados en ocre de hierro u hollín con grasa, iluminado con una lámpara de tuétano, perfiló -como una invocación propicia- el bisonte, que tenía en su mente asociado a la caza. Ese lazo mágico, y no otro, fue el origen de  las religiones e, incluso, de la filosofía y la ciencia (3).
Podría decirse, pues, que somos los herederos del usuario de la lámpara de tuétano, de aquella angustiosa necesidad de explicación, que nos llevó desde el tránsito por los mitos primitivos, o desde la teogonía y las grandes religiones, hasta los sistemas filosóficos y la ciencia misma. Durante muchos milenios tratamos de aplacar esa necesidad mediante la tradición animista, hasta que el formidable desarrollo científico-técnico de los últimos tres siglos, nos puso ante la más inimaginable herramienta: 'el Código genético', 'la Biología evolutiva', 'la Física cuántica', 'la Radioastronomía' o 'la Teoría de la relatividad' (Que ayer mismo, nos ha ilustrado con una onda gravitacional que viaja en el tiempo, pero que Einstein predijo hace ya un siglo).
La luz de aquella primitiva lámpara de tuétano acabó por modificar la relación del hombre con la naturaleza, hasta enfrentarle con la pérdida de toda relación con el 'animismo' original, pero también a superar el dualismo (4) clásico de materia y espíritu, como dos realidades originariamente diferentes. Esa luz, o la Ilustración, finalmente, deja al humano, con su razón pura, en un mundo transido de soledad. Somos capaces de rastrear el ruido de fondo cósmico de una singularidad -big-bang-, ocurrida hace más de trece mil millones de años, de mapear la materia del cosmos, de conocer la masa o la energía oscuras, de intuir el viaje en el espacio-tiempo cabalgando una de esas ondas gravitacionales, pero seguimos solos. La respuesta -choquemos, o no, con la iglesia- al ¿Hay alguien ahí? está más allá -antes- del gran estallido que convirtió las ondas de energía en la materia consciente que llegamos a ser: un infinitésimo de tiempo, en una eterna noche cósmica. Y esa noche acabará en un fundido blanco, digamos. en unos cinco mil millones de años cuando se colapse el combustible de nuestra estrella, que acabará capturando la ya menguada órbita de nuestro planeta. Entonces todas las partículas y la energía subatómica se fundirán en ese gran blanco, antes de que todo acabe como una más de las enanas rojas que pululan por el infinito, negro y frío universo, esperando el próximo big-bang y... vuelta a empezar ¿El eterno retorno?



(1) El bifaz o doble cara, es la herramienta -una especie de hoja de hacha, tallada a dos caras- producto de la primera industria humana: la piedra tallada, de algo más de 2.5 millones de años. Aunque todavía no éramos el último modelo evolutivo, precisó cierta planificación: memorias de búsqueda, desarrollo de un plan inicial, selección de materiales y técnicas; actividades que acaban por diferenciar la especie Homo sapiens del resto de la naturaleza animal.

(2) Es fácil de observar en cualquier grupo de babuinos, cerca del Kilimanjaro.

(3) 'Relegere', étimo de 'Religio' si hacemos caso a Cicerón  -antes de la actitud invasiva de las religiones del libro y de la filología moderna- significaría: reunir y con diligencia. Por otra parte, 'Religere', se asocia a: escrúpulo de respeto hacia lo estatuído; lo que ayuda a mantener el equilibrio, la duración de la sociedad; o el respeto general a lo que representaba la 'Urbe'. Posteriormente 'alguna' religión lo trasladó hacia lo que representa una Iglesia, una creencia.

(4) Gustavo Bueno, Mario Bunge o Stephen Hawking y tantos...  han rastreado la lógica del discurso científico, pero más allá del espíritu que anda entre pucheros, no hayan absolutamente nada más que materia y la infinita oscuridad. Aunque la desbordante imaginación de Roger Penrose vea tiradas de 22 universos paralelos, que comienzan cada 40.000 millones de años ( Ya sólo nos faltan 26.000 millones para salir de dudas). Stephen J. Gould, en CIENCIA VERSUS RELIGIÓN, trató de establecer una tregua de la ciencia con las creencias, es decir, con las religiones, empero la querella sigue en pie: Richard Dawkins en EL ESPEJISMO DE DIOS, niega la mayor. Querella que excede este artículo. Quiza...







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