En la entrega -4- recapitulábamos cómo evolucionó la visión histórica y científica en Occidente. Y lo hizo alejándose gradualmente de los mitos de origen, de lo que hoy llamaríamos las tradiciones de Oriente. Así que, antes de acabar contrastando la actualidad del pensamiento de Baruch, echaremos una última mirada a los orígenes de la tradición monoteísta, en contraste con aquella visión occidental.
Es bien conocido que la escritura aparece, en la mitad del neolítico, en el creciente fértil -entre el Tigris y el Nilo-. Las primeras protoescrituras lo hacen hace casi seis milenios*, pero no es hasta transcurridos dos milenios cuando un grupo semítico, seguramente, nómada aún, inicia una tradición oral que atraviesa todo el segundo milenio y no se fijará como texto hasta el período que va del 1000 al 500 a C.
Esa larga gestación dejará una impronta típica de los cautiverios babilónicos y egipcios en el futuro texto sagrado: el diluvio, el más allá, el inframundo, la inmortalidad en el mito de Gilgamesh, el mito de la mujer y la costilla del primer hombre. Finalmente, tiene particular interés el relato sumerio de la disputa de dos personajes mito: Emesh, custodio de la vegetación y del bosque, es decir, de la naturaleza primigenia; y Enten, custodio del ganado y las cosechas, o sea, del mundo agrícola. La narración tiene un claro paralelismo con Caín y Abel, pero refleja, además, el conflicto que implicó la aparición, precisamente en el 'creciente fértil', de los mundos agrícola y ganadero que van desde el templo de Göbleki Tepe (Anatolia), hasta la primera urbe, en Jericó (Israel), hace casi doce milenios.
Es en ese mundo, a finales del Neolítico*, donde se teje -con retales de aquí y de allá- el relato bíblico. Quizá el interés mayor para esta serie se sitúa en su inicio, en la cosmogonía que es el Génesis. Y esa historia de la creación arranca desde una contradicción elemental: En el primer capítulo, después de los animales, 'dios' crea al hombre y a la mujer, a su imagen y semejanza, pero sin establecer prioridad entre ellos (G 1: 25-27); empero, en el segundo capítulo, crea en primer lugar al hombre, más tarde a los animales y, finalmente, a la mujer de una costilla del hombre (G 2: 4).
Ese es el inicio de la cosmogonía que constituye el primer libro de la Torá o Tanaj: la Biblia hebrea o Nuevo Testamento de los cristianos. Tal contradicción, en el mismo principio, parece enloquecer a los exégetas del creacionismo, que llegan hasta el punto de diferenciar "ser creados simultáneamente" de "en el mismo día". Lo cual les debe de parecer una diferencia sustantiva, después de cuatro mil años y no se cuantos meses y días que, para ellos, han transcurrido exactamente desde la creación. Pero tal diferencia se complica aún más, para acabar en un enredo de faldas, o en una cuestión de genero: En los comentarios cabalísticos del Pentateuco al (G 1: 27), es decir, al versículo que alude a la creación de hombre y mujer como iguales, se acaba por afirmar a Lilith como la primera esposa de Adán, anterior a Eva. y que le abandonaría para acabar volviendo como súcubo al inframundo demoníaco. El comentario añade -cuestión de género o invención de su origen mesopotámico-, como motivo del abandono, la negativa (!) de Lilith a yacer en posición inferior con Adán. Hoy parece una broma, pero por cuestiones tales, la 'santamadre' o el 'sanedrín' de turno, daban con uno en el martirio.
El citado conflicto de versiones diferentes o enfrentadas, es una muestra típica de un texto cuya 'génesis' no acaba de resolver la 'Hipótesis documentaria' de, al menos, cuatro fuentes, ni justifica a Moisés como compilador único de una pretendida ortodoxia, que el mundo rabínico considera -para la totalidad de la Torá- como, directamente, de inspiración divina, a la que también se sube el mundo cristiano y, en parte, el musulmán. En realidad, esa historia de las versiones o la Hipótesis documentaria recuerda demasiado el actual CORTA Y PEGA.
La Torá es humana, demasiado humana, no importa que versión, o quizá por ello mismo. En su totalidad se aprecian sus orígenes en distintas fuentes, autores, tiempo y lugar, No resiste un elemental análisis de texto y, sobre todo, no puede ocultar los préstamos de otras culturas, especialmente del panteón y de la mitología babilonio-sumerias. La infinita sucesión de versiones, traducciones, discusiones, exégesis o contradiciones -tan judaicas, que diría Woody Allen- no hacen más que poner al descubierto esa naturaleza tan humana.
Pero la fe es, sobre todo, una emoción, y la emociones no atienden a razones...
* Casi al mismo tiempo se inicia en China el origen de las protoescrituras asiáticas.
** En todo caso, si parecen tener interés las contradicciones entre los citados capítulos 1 y 2, que responderían a la añoranza del mundo perdido -la edad dorada- del Neolítico. La sedentarización 'civilizada' conllevaba las 'injusticias' que propiciaba la nueva vida y la estructura de poder, en sociedad, en los primeros núcleos de población. No era fácil olvidar los valores 'naturales' del nomadismo, en la cercanía de Yahveh, en plena naturaleza pastoril-recolectora.
Contradiciones que recuerdan demasiado la disputa sobre la condición humana, entre los puntos de vista que sostenían Hobbes y Rouseau, a propósito de la raíz del problema: la sociedad o el individuo.
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