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23 abril, 2015



EL TRÁGALA... (1)



El País.  19.04..15

(Y algunas opiniones más)


...es una corta expresión, pero de largo recorrido en nuestra historia, quizá demasiado. Significó unas formas en el ejercicio del poder, tan disimiles, que revelaban una diacronía secular con Europa. En ese tiempo, fue una marca de identidad muy singular: desde la reforma protestante quedamos aferrados a los valores trentinos; mientras, los otros, se daban a la ética del protestantismo. Max Weber lo dejó clarísimo: la actividad, la eficiencia, eran la señal -la marca- de la predestinación, de los elegidos. Luego, la sociología del siglo XX, lo desmintió en buena medida, pero, entretanto, los anglosajones y su cultura dominaron -que viene de 'domini' o señores,- el mundo. Fuera como  fuere, lo cierto es que, las sociedades mediterráneas se acomodaron en una especie de realidad acomplejada respecto al centro y norte del continente, que miraba más al Atlántico, y aún más allá, al paradigma de la eficiencia moderna: Norteamérica*.Y, en el furgón de cola de esa realidad, viajábamos con nuestros viejos demonios familiares, con nuestra anormalidad histórica. Veamos: Nuestro país pierde su rango en Westfalia, y aunque conserva el Imperio, no es, sino para ir perdiendo jirones durante más de dos siglos.
En ese trance estamos, cuando se va a producir en Europa un cambio de era: 'la modernidad'. Que se produce por acúmulo de toda una serie de realidades -culturales, científicas, técnicas, industriales- de las que nuestra Contrarreforma nos había dejado huérfanos. Mientras ocurre la Ilustración. como un deslumbramiento que recorre Europa hasta la mismísima Rusia medieval, aquí, el meritorio Feijoo ejerce de polígrafo del páramo solitario. Es cierto que, como acabó siendo costumbre, excepcionalmente, surgía el genio de un Jorge Juan o el valor de Churruca, e incluso, un 'medio hombre' Blas de Lezo, como el que les propinó una buena tunda a los 'casacones' de Vernon en Cartagena. Pero nos volvimos tan irrelevantes, para ellos, que aunque habían llegado a acuñar moneda conmemorativa de la ocasión -de su victoria-, esa derrota, tan transcendente e importante, al menos, como la Trafagar, tuvieron la habilidad de traspapelarla entre los anales. Y, leyenda negra, nos lo creímos, o casi.
En ese vivir, sin vivir, estábamos, cuando los gabachos dieron la campanada de cambio de guardia: el médico Gillotin propone a la Asamblea Constituyente francesa la famosa maquinita, que acabaría llevándose por delante  las preciosa cabezas de Luis y María Antonietta, abriendo el citado tiempo moderno en Europa. Pero no en nuestra península: desde los excepcionales Feijoo, Jorge Juan o Malaespina, ni siquiera habíamos sostenido las posiciones: el artefacto de Monsieur Gillotin, tal parece, que hubiera dado un tajo en la Península, dejándola partidas en dos mitades irreconciliables. Allende los Pirineos, los hijos de la Gran Bretaña, se fueron olvidando que un día colgaron al Rey, y los gabachos de sus degollinas particulares; alemanes o italianos se unían tal que a FUENTEOVEJUNA, y hasta los rusos consiguieron avances notables. El emperador Meiji metió en regla a Japón, y China entraba en la efervescencia que la llevó a ser la potencia del siglo XXI. Lo de los Yankis ya está demasiado contado. Entretanto, decíamos, las dos Españas se afanaban a cual más intolerante y, como acertadísimamente refiere Don Santos Juliá en el citado artículo, la norma para el turno de gobierno, con raras excepciones, venía con la 'insultante y grosera canción del Trágala'. Durante casi dos centurias, y mientras nuestro mundo entorno accedía a la modernidad y a la pujanza económica, aquí, nos dedicamos, a más y mejor, a base de ese Trágala, a guerras civiles, revoluciones, exilios y crueles represiones, es decir, al cainismo en general. Fue nuestra aportación a las formas de gobernanza. Todavía tiene émulos, algunos en hispanoamérica...
Por eso, cuando aconteció el hecho natural -qué coño, se murió en le cama-, los Richard Herr y Giovanni Sartori -citados por Juliá-, o el 'corresponsal' -por antonomasia- Walter Haubrich (q.e.p.d.). del Zeitung de Frankfurth, que sabía más desde su ventana del Gijón, que los conspicuos del régimen; por eso, decíamos, nos contaron que en este país bronco y cainita, como por sorpresa o casi contra natura, sonó la hora de los pactos que, y fue algo así como cerrar la última de 'las llaves del sepulcro del de Vivar', por fin: "LA CONSTITUCIÓN DEL 78". Sí, la hija de la tataranieta de la PEPA. Ahora...ahora, como entonces, unos dicen que ni tocarla, y lo peor, otros quieren llevársela por delante...
¡Pues va a ser que no! Un paisano de Maquiavelo, con cara de Burt Lancaster, mentó la receta que recoge toda la vieja sabiduría  del Mediterráneo, la que nos viene desde que comenzamos a ser personas en el 'creciente fértil', y que se resuelve en "MUTATIS MUTANDIS", es decir: CAMBIANDO TODO LO CAMBIABLE, QUE SE PUEDA O QUE HAGA FALTA. PARA QUE TODO SIGA IGUAL DE... ESTABLE.
Se llamaba Fabrizio, Príncipe de Salina, y lo dicho, tenía cara de Burt Lancaster...O, al menos, eso pretendían Visconti o Lampedusa, no sé muy bien.



*  La línea telegráfica Washington-Baltimore comenzó a funcionar en 1844. La reina Victoria y el presidente Buchanan, cruzaron cables trasatlánticos en 1858. A los inmigrantes europeos de entonces, poder enviar mensajes a sus familias del otro 'lado', a la velocidad de la luz, les resultaba, literalmente, inconcebible. En el último cuarto de siglo XIX, Norteramérica pasa de mil télefonos en servicio, a un millón. La electricidad, el ferrocarril y el petroleo, siguieron desarrollos semejantes. Y, por fin, la modernidad: en 1916 circulaban, entre la costa este y la oeste, 3,4 millones de coches, pero catorce años más tarde, eran más de 23 millones de automóviles. Entonces, tuvieron la primera gran crisis, entre los estirones del crecimiento -de la economía-: la gran depresión. Pero, antes, unos insensatos que quemaban tagarnina fina, enagenados, en un lugar de la Carrera de San Jerónimo, les habián mandado con Cervera y Topete, cuatro barcos de chatarra vieja, llevados por un carbón malo, y medio combustionado, a desafiarles -como buscaban-, a la puerta de la que sabían, ya era su casa: Cuba. Hubo un muerto, para contar, en el lado norteamericano.

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