De la Revista-Anuario: "El BALUARTE".
Don José Ortega y Gasset apuraba los días de julio, que en Madrid son
insufribles. Era un horno continuo e insoportable. Entre tanto, Europa insistía
en sus guerras alemanas y Ortega y Gasset, tan relacionado intelectualmente con
aquel país, se confesaba que sus muy templados nervios necesitaban, añoraban,
la suavidad húmeda del Cantábrico. Así que, tal como tenía perfectamente
planeado, lió los bártulos y emprendió la primera jornada del viaje. No fue
sino hasta la altura de Dueñas, que se sintió realmente viajando. Casi toda una
jornada le llevó dejar Madrid atrás. A través de
las ventanillas del traqueteante tren -tomando de prestado sus propias
palabras- se veían bajo la luz de la siesta, caminos
que se vuelven polvo, humedales que se evaporan, desvencijadas casas de adobe,
que incorpóreas tiemblan en una luz caliginosa, de la que emergía en lo alto
una enorme iglesia: Santa María de la Asunción. Las
tierras de pan llevar del Cerrato anunciaban la proximidad de Venta de Baños.
Un duradero sol de Julio
amarillea calizo, polvoriento, sobre la gleba. Soledades. Final del día.
Entonces -y mucho después- se hacía el trasbordo al mixto de León en Venta de
Baños, eran menester dos jornadas de viaje.
Al día siguiente, 17 de julio de 1915, la mañana de León es una alborada y el sol lanza reflejos
de oro en ventanas y galerías. El tren, solitario, avanza entre hileras de chopos,
dejando atrás oteros y cabezos, para adentrarse en las enormidades del macizo cantábrico: la Gotera,
el Pajares, la Rumia, hasta las Asturias de Oviedo, que hay otras. Le
sorprendían los pueblos, en el bisel del monte, mirando a dos valles, a dos paisajes; las praderías
asentadas por encima de mil quinientos metros,
sobre cantiles verticales, donde pace algún ganado solitario. Entonces, lo primero que ven los castellanos llegados a Pajares,
a Leitariegos o a Pan de Ruedas, es…¡que no ven! Su mirada larga, ahora tropieza por
todas partes o se pierde en la niebla que sube a
bocanadas de lo hondo del valle; a través
de ella, logra esa mirada castellana rehacerse y,
en nueva arrancada rectilínea,
va y choca de nuevo con lo
impenetrable: el frente de cerros, la frontera
del valle o la collada vecina. Ortega, finalmente, se hace a la
distancia y por fin distingue robles, castaños, pomares
y un boscaje sin fin, incluso el fondo donde
camina una moza que vuelve dulcemente el rostro
para mirarnos…y admirado siente la emoción ante la unidad del valle, pequeño mundo completo. Ensimismado
en la amoladera de unos ejes cuyas ruedas cantan por los caminos, de pronto escucha
una esquila lejana…y el valle entero se estremece.../...
continuara...
continuara...
Los textos en cursiva, naturalmente son de Ortega y Gasset.