Prou ¡basta ya! Vuestro derecho acaba, donde empieza el nuestro
La tremenda deslealtad del
nacionalismo catalán con la generosidad de la Constitución de todos los
españoles, añadida la deslegitimidad de ignorar los resultados -en Cataluña,
mayores- del Referendum que aprobó esa Constitución del 78, merece algunas reflexiones…
Y la más oportuna trata de
dos de los más notables filósofos sociales del pensamiento occidental, Isaiah
Berlin y Max Weber, quienes coinciden en la observación empírica: la realidad
humana presenta un pluralismo de valores y de fines últimos. (Cuando I. Berlin
formula tal proposición desconoce por completo la obra de M. Weber).
Para Berlin, la primera
cuestión sobre fines políticos, lo mismo que en los valores, es si tenemos -o
si pueden existir- respuestas genuinas a las preguntas universales y
permanentes. Pero esas preguntas -supuestamente genuinas- han sido respondidas
con el más profundo desacuerdo entre los hombres. Ni la razón, ni los textos sagrados,
ni la revolución han conseguido respuestas definitivas.
La segunda, debería
establecer que las respuestas si son verdaderas -por lógica simple- no deberían
colisionar o ser incompatibles con otras igualmente verdaderas. Pero la
historia de la humanidad desdice claramente tal conclusión.
La tercera, es que la
condición o la naturaleza del hombre puedan conocerse inequívocamente.
Berlin, finalmente, concluye que la evolución humana produce distintas formas de cultura o de vida y, en
consecuencia, una pluralidad de valores; de modo que, desde Maquiavelo -tras
dos mil años de historia de Europa-, sabemos de la incompatibilidad entre determinados valores.
No es preciso entrar
en la discusión categorial sobre el principio único de la realidad o monismo
filosófico: para las ciencias humanas o sociales la regla es el pluralismo. Eso es -precisamente-, lo que está afirmando M. Weber cuando distingue la ética de las responsabilidades de la ética de las
convicciones, a propósito de la
profesión política.
Sin embargo, en determinados
momentos o movimientos políticos puede producirse la supresión de algunos
valores o fines en conflicto, lo que daría lugar al totalitarismo. Las
formulaciones de Lenin, Gramsci, Mussolini o el nazismo alemán fueron
totalitarias, precisamente, por ese hecho, al acabar en la prevalencia absoluta -hegemónica y/o violenta- de los valores y fines propios Desde
organizaciones formalmente diferentes, tenían en común la condición totalitaria
que producía la exclusión de los valores ajenos o diferentes.
Empero, en las sociedades
avanzadas del siglo XXI la imposición de valores o fines totalitarios no
precisa siempre la violencia final: el adoctrinamiento mediante la propaganda o
el mal uso de los medios de comunicación social, así como de la enseñanza, llegan
a inducir una especie de pensamiento único, aún en sociedades con realidades
mucho más porosas que los modelos de totalitarismo citados. Hoy, en una
sociedad con libertades plenamente democráticas cabe el intento de imponer la
constitución de un sujeto político nuevo u original -deliberadamente-, mediante
los métodos ilegítimos o ilegales de la supresión de valores que conduzca a un
fin único: una república independiente o de nueva planta, con una opinión o
modelo político excluyentes.
No se trataría, pues,
de si en esa realidad nueva, se da el pluralismo político, sino de esa
exclusión previa para conseguir tal fin o República. Y, precisamente, ahí,
estriba la causa de la naturaleza -siquiera, parcialmente- TOTALITARIA del procés promovido por el
nacionalismo catalán.
Al cabo de las décadas
se ha hecho absolutamente patente que el contenido de tal proceso, mediante la
instrumentalización descrita, trataba de imponer en la sociedad una visión
cultural y políticamente nacionalista, que acabara por
excluir los fines y valores contrarios o diferentes.
El resultado -en el
mundo de la realidad- no es una sociedad pacífica y democrática, sin exclusiones ni
imposiciones supremacistas. No. Es una sociedad crecientemente dividida o
enfrentada, en la que no hay una mayoría originaria como la que habla francés
de Quebec o flamenco de Flandes; ni siquiera como la poblada secularmente por
escoceses de Escocia o por corsos de Córcega. Tal realidad es una sociedad
mestiza, en la que el pujolismo “subsidiado” ha llegado a producir el entrismo en engendros
como “castellanohablantes por la independencia” o “SÚMATE”, con personajes
rufianescos -a los cuales, los más radicales en la vanguardia de la algarada, hoy, ya
desprecian. motejados de botiflers-.
El rechazo de los supuestos
para la autodeterminación por las Naciones Unidas, y del reconocimiento de
facto por la Unión Europea, así como de las famosas Embajadas -a pesar del
tremendo esfuerzo-; lo mismo que la salida de empresas y entidades financieras,
seguidos de la pérdida de pujanza económica, seguramente, explican la
frustración, la exacerbada violencia del proceso y la dificultad final de
aceptar el fracaso. Por eso, por ese fracaso continuado, siguen redoblando el
desafío de cuanto peor, mejor.
En definitiva, ese
rechazo de los fines como los entiende la minoría nacionalista, viene de
la incompatibilidad con los valores de cohesión en la Unión Europea, y
con los equilibrios económico, fiscal y demográfico en el Reino de España.
Puesto que, la modificación del principio de subsidiariedad o la escala del
pretendido derecho de autodeterminación (que no es alentar a la gente,
diciéndole que tiene derecho a votar), entrarían en conflicto con el modelo de
integración de la Unión Europea actual, al chocar el deber ser y el ser en los términos
expuestos por M. Weber: juicios de valor contra juicios de hechos.
Todo lo cual acredita
aquel carácter TOTALITARIO que, al decir de Hannah Arendt, viene dado por
determinado protagonismo de las masas y sus relaciones con las élites: justo lo
contrario de un poder que se derive de actuar en común -lo que implica la
tolerancia del otro-, donde muchos
acuerdan el poder de las convicciones, es decir, esa forma no coactiva de
imponerse por las ideas o de alcanzar las mayorías.
Pero una mirada al paisaje
de violencia, cada vez más frecuente, alentada desde la Generalidad -en las
algaradas o guerrilla urbana del Eixample, en los medios encabezados por TV3, o
en las instituciones educativas y las Universidades- da cuenta, exactamente
de lo contrario: del proceso TOTALITARIO de una minoría nacionalista, para
igualar primero y excluir después las otras opciones, en una sociedad plural y,
por lo tanto, libre.
Según el juego de
espejos que representan los Dos
conceptos de la libertad de
I. Berlin: el “ejercicio” de las libertades positivas que llevan a cabo los
nacionalistas radicalizados, viola por completo el límite de las libertades
negativas de los unionistas españoles, al excluir -de facto- su opción política
o pertenencia. El respeto de las libertades en las sociedades pluralistas
consiste en la prevalencia del ámbito de libertad negativa -o de no recibir
imposiciones o coacciones-, sobre el ámbito de la libertad positiva -o de tomar
y desarrollar iniciativas-.
Es claro que tal juego
de espejos admite la perspectiva democrática del peso de los apoyos a dos
comunidades diversas, pero más clara, aun, es la determinación del pujolismo de
romper esa perspectiva o statu
quo de las
minorías/mayorías, al margen de la legitimidad y de la legalidad.
Así, para I. Berlin,
siguiendo el modelo de la revolución francesa, el pretendido cambio de
legitimidad del proceso o deseo de
libertad positiva, con -o desde- la autodirección de un gran número de
ciudadanos, que se sentirían libres: para muchos otros resultaría de una fuerte
restricción de las libertades individuales. Rousseau se había regocijado… de
que las leyes de la libertad pueden resultar más austeras -o duras- que el yugo
de la tiranía. Se entiende, pues, que el ejercicio de la libertad -en sentido
positivo o de iniciativa- puede desproteger o destruir demasiado fácilmente la
libertad en el sentido negativo o defensivo.
Seguramente, esa relación
de los Dos conceptos… está detrás de
la falsa disyuntiva entre libertad o democracia de los recientes movimientos
populistas: no aceptan que sus propuestas de democracia, en el fondo, se
atengan a los límites no traspasables que significan las libertades: en el
sentido negativo, o de límites no artificiales, dentro de los cuales los
hombres deben ser inviolables.
Ese carácter del
discurso y la acción, excluyente y supremacista, decíamos, invalidaría los
fines democráticos, así alcanzados. Por
eso las tentativas de autoconvencimiento que exhiben, o la sobreactuación y la
agresividad, ‘fascista’, con el que no esté conmigo, es decir, con ellos.
DEBERÍAN ENTENDER QUE NO
SALDRÍAN DE ESPAÑA, SALDRÍAN DE LA “UNIÓN DE EUROPA”.