...la primera botella de La Casera y el Sputnik.
Un buen día, cuando estás enfilando los...bueno, muchos años; sientes la añoranza de la vida: miras hacia atrás, más de medio siglo, y ves, como en un panóptico, retazos de cuando todo comenzó...Y entonces viajas, y viajas, y al fin, después de horas, que no sientes pasar -vas al norte-, algo indefinido en el aire, te dice que estás llegando; es algo sutil, entre aromas de pino, ocalito, pradería, y mar, sobre todo la mar. El ricachón franchute de Proust, tendría madalenas en el cajón, pero no le envidias, pues ese salitre de la mar de Cudillero, todavía debe de correr por tus venas. Es el reconocimiento de algo inconfundible, como bien sabemos los trasterrados. Durante esa larga cabalgada, mientras vas dejando atrás la ya familiar llanada castellana, desfilan por tu mente, como fogonazos, memorias del principio: subir al prao de la Iglesia del Pito, por San José, con la tortilla, de huevos regalo de la madrina; que en aquella España gris -que no digan blanco y negro-, entonces, algo tan humilde, sí que era una fiesta. Por el camino, porque naturalmente, íbamos caminando, las casas todavía acusaban la falta de pintura -para mí tan misteriosa- de la posguerra. Y eso que era el barrio acomodado. Pero, por alguna extraña razón aclimática, siempre lo recuerdo como un día soleado, sólo le falta la música de la tonada de 'Fiesta'. Supongo que será mi mala memoria musical. Y además, eran tiempos del Molina y la Piquer, Serrat aún no cantaba fiestas. Lo que sí recuerdo, ensombreciendo la armonía de mis onomásticas, es el revoloteo de las haldas negras de un cura untuoso, con maneras más capellán de las señoras, que de párraco de aldea. En fin, cumple decir que fue homenajeado, por algo será. Pero es fuerza reconocer, que a uno le traiciona el inconsciente volteriano de los que estudiamos para, o con, los curas de entonces.
Después, venía pronto la Semana Santa -con mayúsculas, que no digan-, con aquellos frailes castellanos de meter miedo. Menos mal, que solía haber nordeste fresco para aliviar las visiones tan realistas del mismísimo infierno. Aún recuerdo aquellas prédicas, con largos crescendos, que se cortaban de pronto y ...parecía que irías de cabeza a las calderas de Pedro botero, pero sin coña, que queda muy fácil ahora, pero entonces sí que metía miedo; al menos, esa era toda la intención del fraile, que además se cebaba en describir los instantes infinitos, que componían un infinito de instantes; en fin, un lío, pero que abrasaba. Imagino, que lo de dar la brasa viene de ahí. Pero sigo sin conseguir imaginar, cómo los chavales se dejaban llevar por el cogote por semejantes estafermos descalzos, de intenciones más que manifiestas. (No se entienda mal, entonces la pederastia no existía, o al menos no era conocida; no, sencillamente buscaban vocaciones "espontáneas" entre los rapaces pobres, pero avispados).
En fin, era un mundo pobre, material y moralmente: se ve que lo de las calderas del Pedro botero, en tiempos tan difíciles, no debía de disuadir lo bastante, pues lo sistematizaron -claro que entonces no se usaba ese verbo-, y ya en el paroxismo, pusieron en marcha misiones -sí, misiones- de reevangelización, diríamos, tal que si fuésemos jenízaros. O eso parecía. Durante mucho tiempo, en los funerales o similar, seguí viendo aquella cruz de madera, colgada en la pared de nuestra iglesia, con un grabado que conmemoraba tal efeméride.
En ese mundo vivíamos en mi pueblo, cuando una buena mañana, alcancé a ver, en el basal de mi casa, un extraño artilugio en forma de rara botella, y coronado por un extraño capuchón, que parecía ocultar un mecanismo que excitaba la curiosidad de mis diez años: después de darle muchas vueltas y un tanto distraído por algo excepcional que estaba ocurriendo en la radio, finalmente, liberé el capuchón y el mecanismo oculto, y... entonces se produjo, no sabría bien, todavía, cómo describirlo: una explosión seguida de un géiser, que alcanzó el techo de la cocina de mi madre que, buena se pondría. Había llegado La Casera, como un anuncio de los tiempos que vendrían con los planes de desarrollo.
Entretanto, la radio, acabó por hacerme entender algo absolutamente insólito: los rusos habían puesto en órbita al primer Sputnik, era el 4 de Octubre de 1957, y a mis diez años me disponía a comenzar el Bachillerato, a conocer las matemáticas, la geografía; otro mundo, un poco más allá de el Pito, o de Oviedo. Un mundo, donde los sustos no serían al descorche de una botella de la Casera.
Hoy, llegado a Cudillero, y rememorando aquel tiempo perdido, al inicio de un prólogo de la tía Arendt, me encontré con el relato de lo que para ella significó el Sputnik: los rusos esculpieron en un obelisco que, "La humanidad no permanecerá atada para siempre a la Tierra", sin embargo, y más allá de la techne y del homo faber, Hannah Arendt, se interroga "si la emancipación y secularización que comenzó en la edad media con desvío, sino de Dios, al menos del dios Padre de los hombres en el cielo, ¿ha de terminar en un repudio, aún más ominoso, de una tierra que fue Madre de todas las criaturas vivientes bajo el firmamento? Está anticipando, medio siglo, que algo se torció en el camino. Y no en el de las estrellas. Recientemente se han medido huracanes de cerca de trescientos cincuenta km/hora. sobre el Pacífico. Abróchense los cinturones.
Y todo empezó con la primera botella de La CASERA y un SPUTNIK, cuando Cudillero estaba tan lejos de todo.
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