2.- Con la 'filosofía de la vida' se relacionan dos obras liminares que alimentaron la afición a las letras de alguna gente de mi tiempo. Y se titulan igual: 'LA CONDICIÓN HUMANA'.
Se llevan veinticinco años, practicamente una generación, y ambas se relacionan con el horror humano del totalitarismo. Se produjeron en el cuarto de siglo que siguió a los años treinta del XX: 'El tiempo perdido por el camino de Swann' y 'El mundo del ayer', ya no volverían; los felices veinte fueron sólo un espejismo del optimismo vital de los anglosajones. En realidad, el mundo -las formas- de la vieja Europa y lo que representaban, había hecho cumbre al final de la época victoriana. El desarrollo de las fuerzas económicas e industriales había abierto la puerta de los tigres: de los asiáticos, los de Alemania o de la Europa (soviética) del este, y ya nada volvería ser igual. Las rivalidades coloniales, en realidad, no llegaban a ocultar una feroz lucha por los recursos, que acabó por estallar como una tormenta anunciada, no sin antes cebar el mundo de los horrores coloniales y, sobre todo, postcoloniales.
Es, en el tiempo de esa generación, cuando se producen las dos homónimas obras. La de Malraux, que situado en el oriente, percibe el conflicto entre las dos visiones del mundo: la del capitalismo desaforado, invasivo, de occidente y la del comunismo, militante, a la China. La percepción del carácter, de la naturaleza, de los personajes de Marlaux, es en algún modo determinista, está dentro de un acontecer histórico, donde los vemos moverse en la soledad y en la adversidad, pero sin llegar a perder la dignidad, ni el ansia humana de transcender.
Malraux intuye la monstruosidad del totalitarismo, pero en aquel mundo evanescente de Shangai, Kio, el buen comunista, luchaba por unos ideales, frente al horror de las torturas y ejecuciones, del Kuomintang, de los señores de la guerra.
Malraux compone un relato que nos permite vislumbrar a través de sus personajes esa especifica manera de ser de los humanos, reconocernos en su condición; empatizar con o contra ellos, pero no busca categorizar; lo que nos transmite una mirada realista a su mundo en 'Oriente'.
Finalmente en 1933, se vuelve a París, edita la novela y gana el Goncourt.
Ese mismo año también llega París, exiliada, de los comienzos del horror nazi, Hannah Arendt. Y, allí, entre parias y pavenus, comenzará a pergeñar durante los siguientes veinticinco años su 'Condición humana', que si formalmente no tiene nada que ver con la de Malraux, en el fondo sí nos habla de lo mismo: de lo que seguiremos hablado aquí...
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