Fue el título de una sátira de Manolo Vázquez Montalbán, gallego del alma, al que nacieron en Barcelona, el año que acabó aquello. Su persona y su obra fueron ya más que glosadas. No insistiremos aquí.
El "pobrecito escribidor", que no querría entrar de hoz y coz en el tráfago, en la bronca política, pues intenta estar un paso atrás, mantener una cierta neutralidad elemental, más allá de las opiniones personales sobre esto y aquello; es consciente, que hoy, y en este país, se vuelve tarea que exige de toda la lucidez. Se está tornando casi imposible opinar, sin que inmediatamente, incluso la autocensura interna, el superego freudiano, le hagan a uno sentirse a favor de uno u otro bando. Lo cual, a algunos nos alerta a resistirnos más a las banderías, a tomar otro partido, que no sea el del juicio crítico. El cual, es necesario mantener por encima de esa sensación de: no me estaré dejando influir, arrastrar, siquiera inconscientemente por la "ola". Pese, a tirios, o a troyanos.
Así, que superado el temor a ser, en exceso, indulgente con los tirios o severo con los troyanos, iremos entrando en materia: en uno más, de la interminable serie de enfrentamientos - que tan certeramente plasmó el sordo genial en el "Duelo a garrotazos"; esa "Riña" que nos retrata de manera tan realista-; que se agravó al final del período filipino. Fue entonces, cuando nos llego eso tan cainita, bautizado -tan a modo- por nuestro gallego: LA AZNARIDAD.
En un primer momento, el palabro, nos causaba extrañeza, una cierta incomodidad, nos parecía feo, casi mal sonante, para ser de Manolo; pero resultó, que no era de Manolo, era de Josemari. Expresaba su mismidad. De Él. Del gran pequeño hombre. Porque tire uno garrotazos, del lado que los tire, no hay manera de obviar que sí, que en su primer mandato, hizo una faena aceptable. Más o menos, ya no importa. Pero los vértigos de altura escurialenses o los tejanos, y el delirio de grandeza de las Azores, le llevaron al inmenso error -no sólo suyo- de la intervención en Irak. (Será inolvidable, histórico, el aplauso histérico de "su" bancada, en el Paralmento, ratificando la entrada en guerra). A la inversa que lo Churchill: "pocas veces, tan pocos, hicieron tanto daño, a tantísimos, y tanto tiempo".
Consumados los desastres, en la manifestación, en caliente, por Atocha; el gran pequeño hombre, entró en la fase de hacer caja por el mundo, e ideología en la FAES; pero -lleno de resentimiento-seguía ciego, ante el principio de negación de la realidad; que volvía y volvía: ahora se llamaba el "pequeño Nicolás". No importa si era realmente su único mentor, o lo era también algún Servicio del Estado. No. Lo que importa es que "el pequeño", es un epítome, un modelo a escala, de todas las miserias de un sentido, de un espíritu de clase, antaño muy de ese Barrio de la Capital; hogaño de urbanizaciones o "fincas" superpijas. Que se pretenden, de una manera especial...digamos, de entender las formas -cuesta decir estética- y de compotarse, también cuesta decir ética. Piensan, que ganar dinero fácil, o no, también forma parte natural de su finca. Y si llegan a ganarlo los otros, los trepas, pues entonces, se pasarán de bando. Eso es la vida para ellos. Estar predestinados: como si fueran calvinistas. Es la que buscaba el "pequeño Nicolás". Y no permitirán que entren en sus círculos cerrados, en sus Clubs más genuinos, porque allí están sus niñas, su gente, y sus negocios. Faltaría más.
Ese proceso de formación de clase, fue más o menos común, en todas las oligarquías del ancho mundo, pero el matiz especial de aquí, fue la pérdida de rango, de riqueza, entre las naciones que contaban, por una pésima gobernanza -ejercida habitualmente por "ciertas clases dirigentes"-, que les hizo más temerosos, más inabordables, más despectivos, e incluso creerse más excepcionales. Eso, ese mundo, es LA AZNARIDAD.
Despreciar lo popular, se llamen como se llamen.
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