El Guadarrama. ese espinazo pétreo, esa línea, que separa mi casa de aquí de la de allí, muda su vestido estos días. Como un trasterrado, con cierta saudade, contemplo el paso súbito del verano al invierno, en estas tierras, que son, pero no lo son del todo, las mías. Mis átomos, uno a uno, se fueron haciendo castellanos con el paso del tiempo, pero mis raíces, están hundidas allí; me lo dice una sensación inmarcesible, que experimento cada una de las veces que me asomo -en la llegada- al valle del Huerna o del Pajares; antes de vislumbrar, siquiera -dejadme decirlo-: la tierrina.
No alcanzo a comprender, no concibo, como se puede producir ese fenómeno de "los asimilados". Se habla, largo ya, de ellos, en diferentes situaciones históricas y culturales; a mí me parecen como náufragos en el mar de la historia. Gentes que perdieron su tierra y quedaron a la deriva. La admirada H. Arendt. dejó un ensayo magistral -La Tradición oculta- sobre los judíos tornadizos.
Pero no comprendo. Para mí son dos sensaciones inmiscibles, no hay transición posible: en Castilla, me "busqué" la vida; y en Asturias, me la dieron. Son dos sensaciones de pertenencia muy diferentes. Estoy o soy -esta es una oración muy copulativa- realmente agradecido a Castilla, a Madrid. Los trasterrados -por la desigualdad de oportunidades-, solemos ser, amén de bien nacidos, agradecidos.
Pero el agradecimiento pertenece, recordando a Bueno, a otra categoría, diferente de las emociones que pueden producir la vista del Rebeón, o del Valle de las Luiñas, buscando la Concha Artedo.
Esas emociones sólo las produce la "madre tierra". Porque son como volver al regazo. Así, que no concibo, que por un pedazo de pan, o por un plato cualquiera de lentejas, te cambien tus sensaciones de pertenencia unos obscenos manipuladores sociales -políticos-, que no se dejan de jeremiadas sobre sus miserias identitarias ¿Es que la madre de los "otros", es menos; o que la identificación de los "otros" con la lengua que mamaron, es "otra"; o que su sensación de pertenencia, es menos, para cambiarla? ¿Y con qué derecho? ¿En nombre de qué o quién? Sólo, porque les consideran inferiores, eso: charnegos, maquetos, sudacas, o moros de m... , aunque luego les interese convertirlos en "nous catalás".
Siento que Madrid me ha dado mucho, pero sobre todo, no me ha quitado nada. Menos aun, de mis señas de identidad; no he tenido que renegar, que convertirme en algo, sigo siendo, lo que siempre fui, muy asturiano.
No alcanzo a comprender, no concibo, como se puede producir ese fenómeno de "los asimilados". Se habla, largo ya, de ellos, en diferentes situaciones históricas y culturales; a mí me parecen como náufragos en el mar de la historia. Gentes que perdieron su tierra y quedaron a la deriva. La admirada H. Arendt. dejó un ensayo magistral -La Tradición oculta- sobre los judíos tornadizos.
Pero no comprendo. Para mí son dos sensaciones inmiscibles, no hay transición posible: en Castilla, me "busqué" la vida; y en Asturias, me la dieron. Son dos sensaciones de pertenencia muy diferentes. Estoy o soy -esta es una oración muy copulativa- realmente agradecido a Castilla, a Madrid. Los trasterrados -por la desigualdad de oportunidades-, solemos ser, amén de bien nacidos, agradecidos.
Pero el agradecimiento pertenece, recordando a Bueno, a otra categoría, diferente de las emociones que pueden producir la vista del Rebeón, o del Valle de las Luiñas, buscando la Concha Artedo.
Esas emociones sólo las produce la "madre tierra". Porque son como volver al regazo. Así, que no concibo, que por un pedazo de pan, o por un plato cualquiera de lentejas, te cambien tus sensaciones de pertenencia unos obscenos manipuladores sociales -políticos-, que no se dejan de jeremiadas sobre sus miserias identitarias ¿Es que la madre de los "otros", es menos; o que la identificación de los "otros" con la lengua que mamaron, es "otra"; o que su sensación de pertenencia, es menos, para cambiarla? ¿Y con qué derecho? ¿En nombre de qué o quién? Sólo, porque les consideran inferiores, eso: charnegos, maquetos, sudacas, o moros de m... , aunque luego les interese convertirlos en "nous catalás".
Siento que Madrid me ha dado mucho, pero sobre todo, no me ha quitado nada. Menos aun, de mis señas de identidad; no he tenido que renegar, que convertirme en algo, sigo siendo, lo que siempre fui, muy asturiano.
Entre tanto, los días grises neblinosos, van bajando por la falda del monte, y nos traen a la Castilla, magostada por el largo verano, toda la humedad que rebosa desde aquel Mar nuestro y desde las faldas de la cordillera Cantábrica. Las dehesas del Escorial se van cerrando sobre sí mismas, mientras las fresnedas se desnudan para dejar un lecho dorado, bajo el que no brotará la hierba hasta después de los primeros soles de febrero. El invierno será largo y duro.
Uno, al recorrer esas dehesas, siente un escalofrío, viendo las antiguas casuchas de granito serrano, donde los majariegos invernaban. Y por un instante, imagina los millones de años que el hielo y el acuífero, tallaron, derruyeron, esta Sierra.
Y la seguirán tallando... y se perderá nuestra memoria...
Uno, al recorrer esas dehesas, siente un escalofrío, viendo las antiguas casuchas de granito serrano, donde los majariegos invernaban. Y por un instante, imagina los millones de años que el hielo y el acuífero, tallaron, derruyeron, esta Sierra.
Y la seguirán tallando... y se perderá nuestra memoria...
Sí, como aquel villancico que canté -cantábamos- de niños, pandereta en mano, en el coro de la Iglesia de Cudillero, entre sonrisas pícaras y por un momento felices: "... y nosotros nos iremos y no volveremos más". Eso, ese recuerdo, es la pertenencia.
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