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23 octubre, 2014



EL PRIMER TURISTA...

Lo fue, Don Armando Palacio Valdés, -Jovellanos y Borrow, traían otro afán-. quien pasó en el otoño de 1881 algunos días en la Quinta de Selgas, lo que agradece con carta -hoy el el archivo de la Quinta- de 1 de octubre de ese mismo año. Después de los cumplidos de rigor, ya nos deja la primera pincelada de las muchas que con el tiempo fueron completando una imagen: "Cudillero nos ha dejado una impresión profunda y duradera…este pueblo en el fondo de un barranco y barnizado de lodo…sin otra salida, al parecer, que la mar; crea V. que es lo más original que he visto nunca… ¡Qué hermoso sitio para colocar una novela!" Esa impresión, tan precisa, de nuestro primer turista, ha sido en ocasiones dada de lado, para evitar que se la relacionase, en una ya larga polémica, con determinada novela. La cual novela, tiene un arranque, que es una imagen mental de una precisión difícil de superar. Incluso a los pixuetos, no nos resulta fácil ser tan certeros.

A quienes llevamos a Cudillero en la mirada -pixuetos o transeuntes-, nos resulta inexplicablemente familiar, la descripción tan exacta de las sensaciones que provoca “esa” bajada: la meseta de la costa, inconfundible, con sus caserones y huertas de manzanas amarillas y sonrosadas. Diga, lo que diga, algún crítico literario, no se ven cinco  lomas onduladas, coronadas de oscuro boscaje y escoltando cuatro arroyos, directos al mar. Tan sólo uno, que serpea buscándola, partiendo el barranco en dos laderas muy pronunciadas: San Juan y Piñera. Nada parecido a la llanada de Peñas. Lo que nos muestran las palabras de don Armando es “la rasa”, desde El Pito a Villademar, abrazada, rodeada, por Gamoneo y Santana, al borde de la cual, la campiña desciende rápidamente, siguiendo ese arroyo hasta el fondo negro del dicho barranco, cortado en forma de hoz. Sólo caben el arroyo y una estrecha calle, que lo ciñe haciendo eses, y por la que a entrambos lados trepan las casas por la peña. Tan pronto os encontráis con la montaña a espaldas o sorprendentemente de frente. Entonces, escucharéis el rumor del mar, y no sabréis muy bien por dónde seguir para alcanzarla. Es una sensación inconfundible; tras la última revuelta, ahora sí, os espera la mar: no estaréis en algún lugar de la costa, ni siquiera en Rodillero, estaréis en Cudillero. Pero sabed, que estas palabras -al menos su corazón-, que os han conducido hasta aquí, son del propio Palacio Valdés. Que aún nos cuenta más: las casas, colocadas unas encima de otras –adosadas a la peña- que forman una escalinata;  las lanchas que se sebordan, y la mar y el viento que zumban como en un caracol; esa impresión profunda, duradera y tan peculiar es... Cudillero. 

El consejo de Don Armando, desde mediados del pasado siglo, tuvo un éxito insospechado, y desde entonces, no paran de venir y no dejan de contarlo.
"SI ALGÚN DÍA VENÍS A LA PROVINCIA DE ASTURIAS, NO OS VAYÁIS SIN ECHAR UNA OJEADA A CUDILLERO.


Extracto del artículo publicado en el num.4 del Baluarte. (Anuario de la Asociación de Amigos de Cudillero)

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