...era un verbo de connotaciones positivas, que además en aquellos tiempos, no se confundía con votar con "v", entelequia desconocida: botar, era una tarea, que traía una cierta esperanza para el día que aún no había amanecido.
Fue, una vieja hoja -facsímil- de periódico, casi cincuenta años más tarde, la que me tornó a la memoria aquel lejano verbo. Era de Juan de Lillo, que con imágenes de Vélez, hacía sus primeras armas, sacando a Cudillero en los papeles.
Aquella hoja sepia, seguramente sin saberlo, marcaba el momento del "canto del cisne" de nuestro pueblo singular. Traía imágenes de un tipismo, del que nosotros, no podíamos ni imaginar la fuerza de atracción que ejercería sobre "aquello", que todavía no conocíamos bien -le inventaron un ministerio-, y empezó a pararse "espavorao", cámara en ristre, frente a la Rula, con la boca papando moscas y mirando a la Garita o al Canto, antes de disparar. "Aquello", era el Turismo, que con la cercanía de Avilés, cambió para siempre nuestro pueblo...
Aquel tipismo -que decían-, todavía hoy, nos sigue produciendo una rara añoranza: después de todo, Cudillero, nunca dejó de provocar ese ensueño, esa melancolía, del pasado; de un mundo que ya se fue, de recobrar por un instante una imagen, una visión, de cómo eran antaño las cosas. Por eso, nos producen tal embeleso las viejas imágenes en blanco y negro, o más aún, en sepia.
Es, como una premonición...del pasado: esas casas marineras, más que viejas, antiguas; muchas, con aquellos tendales de varas, para los aparejos, como el que no recuerdo, si sigue estando en el restaurante que puso Fina; todo el muelle -el puerto antiguo- y el sable erizado de vergas, y filas de "afeitadoras" que remendaban las redes usadas o enrochadas. Había un cocedero -de encascar redes-, tres chigres y dos fondas.
Pero, tras la ingenua postal* y las quejas de los marineros -mil doscientos embarcados; setenta y cinco merluceras; y cuarenta boniteras- ocurría, que habíamos cebado al monstruo: Avilés. Sin que sepamos cómo, nos quedamos con barcos sin puerto. Y como había que seguir sebordando, pues, comenzaron a marcharse, en la Guzzi, de madrugada a la E.N.S.I.D.E.S.A., y a ir cerrando las fábricas. Después de lo cual, al fin, vendría el puerto sin barcos.
Desaparecieron las vergas, el bar de Xabón, el chigre de la Parra, y aparecieron los restaurante y los parasoles -que al revés que las setas, brotan con el sol-, pero nos fuimos más de la mitad.
Pero, esas fotos sepia, nos hacen soñar por un momento. Después de todo, son de "las horas del esplendor en la hierba", teníamos veinte años.
*Este "pobrecito escribidor", ha tenido la fortuna de almorzar en algún restaurante, bacaladero y cosmopolita, de la villa y corte, sentado bajo una foto muy típica y muy marinera: no era vasca, estaba tomada desde el sable, apuntando a la cabeza del muelle, con los botes en la ribera. Era en blanco y negro y, al pie, rezaba el año 1957.
2 comentarios:
Escribidor: ¡Felicidades! Nostálgico y bello artículo.
La nostalgia no tiene porque ser necesariamente triste.
La tuya emana serenidad y remembranzas profundamente sentidas.
Nostalgia porque hubiste necesidad vital de salir, para crecer.
Belleza porque nunca dejaste de ser.
Porque nunca te fuiste en integridad de cuerpo y alma.
Dejaste allí, "stand-by", una parte de tu alma y tus raíces.
Emulándote me permito esa licencia de un falso anglicismo.
Tú, pixueto, viejo zorro, dejaste allí esa parte tu alma para regresar mil veces y siempre fundirla con tu materia. Y "pa´chasco" que lo haces.
He sido afortunado testigo de alguno de tus regresos, compartiendo y sintiéndome cómplice "in situ" tu sensual gozo y anímico bienestar.
Alguno institucionalizamos: v.g. 31 Agst´s en la Concha de Artedo...
Un fuerte abrazo, querido amigo.
Anónimo amigo, se agradece tu comentario -particularmente amable-. Quizá, todo pare, en volverse, al cabo...un viejo zorro. Cuando quizá, ya no queden gallinas...
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